Marco (3 de 8)
Las
historias de las rameras son también una escuela de la vida, una señal
fidedigna y fiel del alma que se expresa a través del cuerpo, una manera de
enfrentar y vencer el miedo, pero... Cuentan que comemos de la misma manera que
besamos, que hablamos, cantamos y bailamos, que reímos y lloramos igual que
copulamos, que nuestros gestos nos revelan como libros desenrollados, pero no
es verdad, nada de todo ello es cierto fuera de la perspicacia y la sagacidad
del ojo de la Medusa
que con su astucia y clarividencia ve más allá de lo que se puede mirar y que
no es nada que los pobres humanos podamos ver.
Dicen
igualmente que las palabras y los silencios cuentan cuentos y patrañas que no
están en ellos, son la música de las manos y los gestos, si quisiéramos
verdaderamente conocerlas deberíamos arrancarles la piel a las mismas lenguas y
a los labios que las pronuncian, desnudar las palabras porque el verbo calla
cuando Venus danza y mis putas saben de lo que hablan, ellas contemplan el
mundo desde una atalaya que se eleva por encima de las nubes al encontrarse más
abajo de los ombligos. Todo el mundo dice la verdad cuando miente aunque incluso
se mienta siendo sincero, y mucho más en los asuntos de Eros que en los de
Plutón. El sexo es barroco como un capitel corintio o estoico a veces como uno
dórico, nuestro mundo se adorna con palabras del segundo y con gestos del
primero según le vaya, es un intento de revestir de buen gusto lo que de por sí
nunca lo tendrá.
Pero
nadie escucha, las voces entran por una oreja y salen por la otra, nadie presta
atención y otros callan y no dicen nada porque hay cosas difíciles de entender
porque no son fáciles de explicar.
Algunas
prostitutas quieren pagarme con sus servicios, pero yo siempre he pensado que
su carne no es comestible en el estricto sentido de la palabra y más prefiero
un pescado al horno, un pollo de corral asado y un par de coles hervidas para
mí, y mis dos esclavos, que su marisco que no se pesca en ningún mar ni río, ni
llena mi olla ni alimenta tampoco nuestros estómagos.
Yo
también sé de lo que hablo si bien parezca uno de esos estoicos o impasibles
cristianos que se enorgullecen de su celibato. He pintado muchos de los
lupanares de la ciudad, sus habitaciones, sus paredes interiores y los muros
que dan a la calle para anunciarlos, las cuevas de las famosas lobas romanas
que han alimentado a todos sus ejércitos; en su día, de niño, bebí de esas
ubres y percibo su olor a distancia, esa humedad extraña y ese olor dulce a queso
y a despensa cerrada que como una trompeta muda reclama hombres para sí, y
reconozco, sin lugar a dudas, el acorde de sus voces, ese timbre y esa manera
curiosa de doblar las lenguas hacia dentro cuando no pretenden contar todo lo
que saben o no quieren confesar que se creen por conveniencia, o por ignorancia,
todo lo que les cuentan.
La
mayoría de los destinatarios de estas tabletas son hombres, jóvenes y mayores, muchos
adolescentes y bastantes ancianos, aunque también hay alguna que otra mujer solitaria
a la que le gusta verse pensando que ella es la reina de la orgía. Sea como sea
mi mejor cliente es realmente una que se llama Gala que dice que compra mis
dibujos para su esposo al que parece le faltan las fuerzas para alzar su propio
vuelo y su propia espada.
Mis
dibujos estimulan el deseo azorado y vergonzante de los clientes que así se
deciden y pagan más de lo que habían pensado en gastar al salir de casa. Anudo,
en una sola imagen, pasado, presente y futuro, en ellas, en el deseo que
alimentan mis dibujos pornográficos, ven posible vivir ahora de un recuerdo,
propio o ajeno.
Porque
los recuerdos no son sólo nuestros, algunos los regalan y otros los roban.
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