Gala (5 de 6)
Cuando me salían los primeros dientes de leche roía
la barbilla de mi padre que paciente se dejaba hacer por mí, por su hija
pequeña, sin quejarse ni lamentarse y con una eterna paciencia. Me sentaba en
sus rodillas y jugaba a cabalgar corceles más rápidos que los caballos de
Neptuno, con ellos conquistaba imperios y corazones como lo hizo Cesar al que
amaron las mujeres de Roma. Yo quería seducir igual a los hombres, sin esfuerzo
ni siquiera necesidad por mi parte, ser una luciérnaga en medio del pantano. Pero
nada de todo eso sucedió.
Soy una mujer educada y más culta que la mayoría de
los hombres, de joven quería vivir sin que nadie me dijera cómo debía de hacerlo,
y soñar, de esa manera, que la buena existencia es aquella que lo mejor que
puede suceder está siempre por llegar. Delante de Marco simulo –aunque
él no crea demasiado muchas de las cosas que ve- ser un hombre, trato de hablar
como ellos, imitar los gestos varoniles, pensar igual y desear lo mismo, tener
sus sentimientos. ¿Cómo son los hombres? Lo ignoro, debe de haber de todo, yo
creo que son lo más parecido que hay a las mujeres, pero el gato montés es de
mayor tamaño que los que habitan las ciudades, su pelo atigrado es también más
fino, gris verdoso con rayas negras y se cruzan con facilidad con los de
nuestras casas. Es un cazador diestro y se alimenta de toda clase de animales,
ratas, pájaros, lagartos, ardillas e insectos. Cuentan que es peligroso
atraparlo pues se resiste con fiereza. De sus pieles hacen capas y mantas para
el invierno. (2)
Las mujeres romanas no somos nada más que el
recuerdo que podamos edificar en la memoria de nuestros hijos y de alguno de
los varones que nos han acompañado, nuestra casa es la memoria de otros, ese
valle tan frágil y tan expuesto a las salvajes inundaciones que lo arrastran
todo. Las romanas no poseemos nada fuera de aquello que poseen nuestros hombres
y ellos, pobres ilusos, pierden sus bienes de una manera demasiado fácil. Por
eso me gusta Marco, fue un esclavo que tampoco tuvo nada y que no llegó a
poseer ni lo más humilde ni tampoco lo más preciado, la libertad, quizá por
ello no puede olvidar a su judía, una simple mujer que amó, que se le murió
entre las manos pintada de blanco. ¿Podría yo ser ella?
Dice Cátulo que:
Los
soles se ocultan, y pueden aparecer de nuevo;
pero cuando nuestra efímera luz se esconde
la noche es para siempre,
y el sueño, eterno
pero cuando nuestra efímera luz se esconde
la noche es para siempre,
y el sueño, eterno
Un amigo de Marco, un orfebre sajón, le cuenta que
sueña, cuando contempla las estrellas, que esos puntos brillantes en el
firmamento son fuegos de campamentos, y se pregunta si, igual que las calzadas
nos conducen de una ciudad a otra, las estrellas nos llevan a la muerte. (3)
Me estoy muriendo, estoy enferma y empiezo a soñar
con esas estrellas que alumbran otros hogares, quiero que Marco las pinte en
las paredes de mi casa, tras unas ventanas falsas y a plena luz del día, el
cielo claro y quieto.
(2) Tratado de peletería, Josep Tapbioles
(3) Van Gogh
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