Gala (3 de 6)
Marco
es un buen pintor sin ser un genio, dice que solamente se pueden dibujar a los
muertos porque los vivos se mueven demasiado y nunca están quietos, tal vez por
ello vive de pintar escenografías arquitectónicas en las paredes de las casas
de los patricios y de los plebeyos ricos como si fueran los palacios del Hades,
un mundo embalsamado, quieto, petrificado, una manera de representar el futuro,
el tiempo que nunca es. La moda artística impone que sean estancias solitarias
y vacías de personajes, puras representaciones teatrales sin actores, pero él,
de forma casi imperceptible, siempre añade algún detalle humano, migas en el
suelo, un jarro de cristal a medio llenar en alguna mesa, un plato con restos
de comida o algún árbol en un jardín bien ordenado.
Marco,
sin embargo, afirma que su verdadera vocación es el retrato funerario, pintar
al fallecido todavía vivo, o todavía muerto, sin estar moribundo, y no a su
envoltorio de humo y vanidad, él quiere atrapar el eterno instante de muerte, verlo
entre dos aguas, a caballo del presente y de ese futuro que al final termina
atrapándonos a todos. Yo le escucho atenta, oigo sus palabras y el candor que
respiran, la verdad que envuelven igual que los bienes que transportan los
barcos en medio de las tormentas, miro el brillo de sus ojos cuando me habla de
otros ojos, de su forma almendrada, del arco de sus cejas, del blanco y del
negro, de su mirada concienzuda, tranquila y amable que ve lo que otros todavía
no pueden ver. Pero yo me burlo con cariño al recordarle que buena parte de sus
ganancias vienen de su otra habilidad, el dibujo erótico y pornográfico que le
venden sus buenas agentes comerciales a cambio de una comisión, las prostitutas
de la Suburra ,
ellas son, nunca mejor dicho, unas tiendas ambulantes, llevan el género encima,
que aprovechando el deseo de sus clientes les ofrecen también esas pequeñas
tabletas de madera que pinta Marco con toda clase de seres vivos copulando. Eso
es también lo que yo le pido para mi esposo falsamente vivo porque ya está más
muerto que el Gran Julio que dicen que enamoraba a todas las mujeres, y se lo
pido como si le reclamara a un sastre artesano que cosiera un descosido con su
aguja y su dedal, yo pongo el hilo y el descosido. A veces le leo los poemas
procaces de Cátulo y le digo, con el semblante absolutamente inocente y serio,
que aunque “el poeta honorable sea personalmente
casto; no es necesario, sin embargo, que lo sean sus versos”, por
ello, le indico, sus pinturas no tienen nada que ver con él ni mis pedidos
conmigo. No obstante, él sabe, también como yo lo sé, que “para saber de amor, para aprenderle, es necesario haber
estado solo, aunque además, y según dicen los grandes amantes, “es necesario en cuatrocientas noches -con cuatrocientos
cuerpos diferentes- haber hecho el amor. Que sus misterios, como dijo el poeta,
son del alma, pero un cuerpo es el libro en que se leen” (1). ¿Cuatrocientos cuerpos
diferentes?, ¿son posibles tantos? Ni Marco ni yo hemos conocido ni dos, yo
solamente a mi esposo amado y él a su siempre añorada Ester. Así pues, ¿no
sabemos nada del amor?, ¿es demasiado poco un cuerpo ajeno al propio?, ¿lo conocen
sus rameras que cada día copulan con más de veinte desconocidos? Marco y yo
hace más de diez años que nos conocemos, más que los que yo estuve casada con
mi esposo ya fallecido, ¿qué sabemos el uno del otro después de cientos de conversaciones
y charlas mientras él pinta lo que debería ser solamente un secreto de dos?
Los
poetas escriben y nosotros hablamos, cara a cara, sobre lo que sabemos del amor
físico, la antesala, la alcoba y el jardín también del verdadero amor, y lo
hacemos no respetando las normas que separan a las diferentes castas y
estamentos sociales que no permiten, de manera hipócrita, que se mezclen a la
vista de los demás. Según parece nuestros conocimientos son escasos, nuestras
experiencias muy limitadas, a penas nada, pero las tabletas que Marco pinta,
reflejando en buena parte las pláticas que mantenemos en su estudio, son
bastante aceptadas y apreciadas, se venden muy bien en los burdeles y en las
esquinas de la Suburra. Hay
incluso quien colecciona, como yo, esa clase de imágenes en las que se ven
pintados toda especie de individuos, humanos y animales, apareándose en parejas
o formando una legión abigarrada.
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