"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dissabte, 7 de gener del 2017

Gala (1 de 6)


Gala (1 de 6)

Me llamo Julia Claudia Gala, soy viuda y estoy enferma, me queda ya poco tiempo de vida, aunque quizás la vida termine para dar paso a otra cosa, a una nueva orilla.

Pero si no me creo lo que veo menos puedo creerme lo que ignoro. Desconfío del mundo como si fuera un personaje dibujado que mira estupefacto al artesano que lo perfila en la pared. Sospecho que todo está en el río y que en cada margen, a lado y lado, hay murallas infranqueables, palacios y mansiones vacías, jardines solitarios y habitaciones sin camas, que los suelos están pavimentados de baldosas de colores que se pierden más allá de las paredes en los que están pintados.

Le he pedido a Marco, mi pintor, que decore mi vieja casa, demasiado austera para una mujer vieja que va a morir. Sólo quiero que pinte esas escenografías arquitectónicas que simulan otras viviendas dentro de las nuestras, pobres y simples. Quiero contemplar una fuente en un patio rebosante de flores que no huelan ni se marchiten, quiero que el sol ilumine sin calentar y que el día dure sin cambios desde la madrugada de hoy a la mañana del día siguiente, sin ver anochecer, quiero descubrir la luna negra, la blanca y la roja, quiero que nada se mueva y ver de nuevo a mi esposo, quieto, callado y ensimismado, mirándome al despertar.

Estuvimos casados diez años y no le di hijos, fue y ha sido el único hombre que ha llenado mi vida, no he querido necesitar a otro fuera de Marco al que le he pedido, durante años, que me pintara, en pequeñas tablas de madera, escenas eróticas y pornográficas. Le contaba que eran para levantar el cuerpo y los ánimos alicaídos de mi esposo bien amado. Marco desconocía mi viudedad y pensaba que era solamente un juego inocente entre unos amantes y cónyuges que se querían. Eso pensaba o eso era yo lo que quería creer que él pudiera pensar. Pero ahora ya no creo que no lo supiera, y que en realidad sí sabía que le mentía y que era viuda y que mi esposo hacía ya muchos años que había fallecido, y que al callarse lo único que pretendía era no ponerme en evidencia al desvelar mi invención infantil, que no quisiera avergonzarme descubriendo algo que ya no tenía ninguna importancia.

Siempre he pensado que al deseo se lo deja libre, insubordinado y travieso, o bien se lo domeña y somete como a un soldado, ambas cosas son malas y perniciosas, pero la primera es mucho peor que la segunda porque es la fuente del mayor autoengaño y la más funesta de las insatisfacciones, no ser nunca uno mismo, buscarse constantemente en un ánfora agujereada, en un casco perforado que zozobra y naufraga, una constante necesidad nunca satisfecha.

Es fácil decir que los caballos salvajes no deben tener dueño ni caballero que los monte y dome, que hay que dejarlos volar en el prado, sin herrar, pero si queremos mover un carro, sacarlo del establo, habrá que ensillar a los pencos y usar el látigo, los hierros y los arneses, porque el amor nace de dentro y lo que está en el interior de uno no mana con facilidad y de manera espontánea, como algunos piensan, igual que la sangre de nuestras venas o el agua de una fuente, todo lo contrario, más bien parece ese carro inmóvil y atascado, lleno de fardos y cachivaches pesados.

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