"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dijous, 26 de gener del 2017

Decio (4 de 6)


Decio (4 de 6)

Se dice que la clientela de un buen romano es equivalente al tamaño de su cornamenta, tal vez por ello Juliano no hacía nada para evitar la segunda en la esperanza de incrementar la primera. Pero nada es gratis y todo se paga, en moneda o en especies, en espacio o en tiempo. Y si no tienes ni una cosa ni la otra deberás pedir un préstamo, y rogar a los dioses que no permitan que termines perdiendo tu libertad para devolverlo aunque por el simple hecho de pedirlo y obtenerlo ya eres un esclavo del que te lo ha otorgado.

Los precios deben mantener el equilibrio con el valor fiscal de los bienes imponibles o viceversa y, al mismo tiempo, con el interés que un prestamista pide para obtener esos bienes, o viceversa. El valor debe parecerse al precio o viceversa, y también al total de las existencias que obtengamos en un buen y honrado inventario actualizado constantemente. Todo debe de quedar escrito y compilado, desde las tierras de las que viven las personas, pasando por las casas en las que se cobijan, las cosechas, el ganado, los productos manufacturados, los ajuares, muebles y libros, para terminar el recuento en los censos de los mismos ciudadanos que dan vida a las cosas, campesinos o artesanos, libres o esclavos, todos han de estar empadronados en las listas del Imperio.

La mejor ley de precios, sin embargo, es la que no existe porque todo cambia aunque el Imperio adjudique a cada uno su labor a la que está ligado por nacimiento y por ley. Todo pertenece al Estado y al Emperador que lo personifica igual que el sol da forma a Dios, al Uno, dicen los platónicos. Cada ciudad vive dentro de sus murallas que la defenderán de ladrones y de bárbaros venidos de las llanuras de Europa y de Asia. Cada hombre y cada mujer es también una cerca por sí mismo, un muro, un coto cerrado, un monje, tras ella habita Roma y con ella el Imperio de los Augustos y Césares. Júpiter, Helios, Mitra o el Cristo del madero serán nuestros estandartes que elevarán en su Olimpo al propio Emperador que no puede ser tocado con mano humana, ni mirado con los ojos de la cara, ni amado ni temido siquiera como se ama o se teme a un padre cualquiera. Él es el único Domine Pater en la tierra que ha de ser adorado y que nos protege, o debería hacerlo, de todo mal.

O al menos eso es lo que la muchedumbre ha de creer. La plebe no conoce nada fuera de su miedo, de su hambre y de su sed de justicia, de su piedad y de su tierno coraje, de su mezquindad, del vino que llena su cuerpo o de los picores de su entrepierna. Los cristianos tienen un raro concepto de amor por esas masas informes de gente que no concuerda con la soberbia de las élites romanas.

La República ha muerto aunque se mantenga la ficción del Príncipe, el primero entre pares. A los herederos los elige normalmente el testador, y en esta ocasión parece haber ocurrido también, el pueblo de Roma ya no sabe, si es que alguna vez lo supo, gobernarse a sí mismo, así que ha delegado sus derechos. En realidad siempre ha dejado que un substituto hablara por él. Igual que los hijos confían en el padre las personas establecen alianzas entre ellas de sometimiento a cambio de protección. La dignidad de un hombre se mide por sus servidores y por su capacidad de protegerlos, ¿cómo?, ¿de qué?, de sí mismos, sometiéndolos igual que se doma un caballo salvaje. Siempre por su propio bien el dueño los domeña, los esquilma y despoja, ¿para qué quieren lo que no saben usar ni conocen que existe?

La función pública no es más que una actividad privada que se ejerce a la vista de todos como los juicios, que no son más que actos administrativos en los que se dilucida la relación de parentesco y por consiguiente de sumisión, propiedad y jerarquía.


Todo es una familia y en ninguna puede faltar un padre o alguien que ejerza como tal. Pero la vida destruye linajes y ella siempre prueba que no hay nada más inseguro que la paternidad, esa es la venganza de muchas mujeres, no saber, ni ellas siquiera, quién las ha preñado. Sobre esa incerteza se levanta Roma, es el pedestal en el que se erige su majestuosidad y ahuyenta en su vanidad el miedo al futuro.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada