Decio (5 de 6)
Algunos quieren creer en los oráculos y
seguir la vía de los damiáns o demins, pero yo solamente presto atención a los
informes y sólo me fío de lo que sé, y sólo sé lo que de mí depende, no me creo
nada de lo que me cuentan y únicamente la mitad de lo que veo.
En casa hay un cofre lleno de oro que debió
de pertenecer a alguno de los aspirantes fracasados al trono, a un ladrón. Mi
hermano Galieno lo robó también, se lo adjudicó por la espada al pensar con
razón que sus méritos valían más que los pillajes a los que tenía derecho, y
tomó un oro que no le pertenecía. Juliano sospecha algo de eso y creo que su
codicia es mayor que la furia y el hambre de su esposa, mi Lidia, a la que sigo
amando igual que el primer día y que cada año que pasa envejece tres a la vez.
Galieno se llevó un tesoro que no era suyo
y que quiero pensar habría pagado más guerras. Es absurdo, pero en nuestro
sótano se halla intacto, ni él ni yo lo hemos tocado ni hemos gastado ni el
equivalente a un grano de arena de todo su peso, ¿para qué?, quizá lo haga nuestra
sucesora goda Cornelia si se convierte en una mujer vulgar y simple, en una
estúpida, sino vivirá de sí misma, su alma será su único tesoro y como los
ángeles cristianos, que viven de su dios, de nada y, como canta un bardo galo, del viento en el que se hallan todas las
respuestas.
La anona, el impuesto en especies sustituye
a la moneda que se desvaloriza aumentando la inflación, una col, en cambio, es
siempre una col y alimenta a un soldado durante dos días. Cualquier prostituta
da de comer a muchos hombres, mi Lidia tiene más miedo que yo, tiene tanto que
acapara todo el del mundo cobijado en su cuerpo largo y esbelto que tantas
veces me ha dejado besar, lo ahuyenta como si gastara un crédito que sabe que
nunca devolverá. Creo que ya ni ella me vale porque no quiero que mi corto
futuro lo gaste de la misma manera que mi pasado, sin devolvérmelo.
Cornelia, mi sobrina, podría haber sido mi
hija, la esposa que nunca tuve o la madre que perdí, pero no ha sido nada de
todo eso, solamente una niña robada, una extraña sobrina que heredará un nombre
que no le pertenece exactamente.
A ella, cuando era pequeña, también le
enseñaba aritmética y le hablaba en griego soñando que algún día llegara a ser
Nausicaa y escribiera la historia de un largo viaje, tarde o temprano deberá
emprenderlo si no quiere quedarse mirando la misma estrella. Todavía es joven y
carece de miedo, no quisiera que lo tuviera, pero inevitablemente lo tendrá
porque sabe quién es, una niña robada a unos padres asesinados, por ellos quizá
nos odie o nos ame más todavía, pero quieras que no, y por su bien, deberá
emprender el camino de regreso a casa cuando mi hermano y yo hayamos fallecido.
Esa será la única forma de vencer el miedo que se apoderará de ella cuando
llegue a ser adulta y se encuentre sola.
Algunos godos son cristianos que sólo ven en
Jesús a un hombre, pero Cornelia no debería ser ni María ni tampoco Magdalena,
ni mucho menos una mujer cualquiera que compra cosas con oro o con su cuerpo,
el tiempo dirá qué va a suceder, yo, la verdad, ya sólo soy capaz de ver a la
niña rubia que se adormecía sentada en mis rodillas como si fuera un gorrión
confiado, mi mente se desordena y no recuerdo otra cosa que aquél batir de alas
invisible que Galieno le enseñaba cuando cabalgaba sin asir las riendas, igual
que si fuera un águila o una serpiente emplumada.
Cornelia acaba de cumplir dieciséis años y
dice, como si de un juego se tratara,
que quiere casarse, ella también sueña con ser mujer, y Galieno, mi hermano, se
muere, su vejiga está siempre hinchada y casi no puede orinar. El oro que robó
se encuentra escondido en los sótanos de nuestra casa como si taponara su
uretra. Juliano lo quiere para sí y está tramando algo para conseguirlo, pero
yo lo mataré antes que lo intente de veras. Lidia se encuentra también enferma,
apenas tiene 38 años escasos y su vientre se ha convertido ya en un pozo negro
que tarde o temprano acabará igualmente con su vida, deberé cuidar de ella
cuando la convierta en viuda, quizá sea esa la única y la última manera de
someterla ya que no lo hicieron nunca
mis besos.
¿Sabrá Lidia que se muere con sus hermosos
ojos hinchados y ese porte de dama?, ¿o se morirá sola, ignorante de morirse al
mirar siempre hacia otro lado? ¿Su cadáver profanará mi casa o deberé depositar
sus restos en el camino que cualquiera puede pisotear? Mis dedos dibujarán
entonces panes, peces y pájaros entre sus pechos, y sellarán para siempre el
rostro que habré de olvidar.
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