"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dimecres, 25 de gener del 2017

Decio (3 de 6)


Decio (3 de 6)

Lidia lo quería todo, ser la señora y la dueña de su casa, ser una madre y una esposa, y a la vez ser también una mujer feliz, sin embargo, todas estas cosas son imposibles de conseguir al mismo tiempo, tanto como lograr que las ganancias contables sean reales.

Al final, o al principio, o viceversa, Lidia se convirtió en un buen recipiente para todos los que tuvieran algo que depositar en él. Su vasija acogía cualquier ofrenda o donativo. Como el Tesoro del Emperador aceptaba todo tipo de cánones y tributos, en monedas o en especies, su cofre era como el intestino de un buey, adoptaba todas las formas y tamaños posibles. Recogía a pordioseros y a muchachos perdidos en la lluvia, los bañaba y dejaba que le leyeran historias que la hacían llorar. Su matrimonio con Juliano, y la maternidad consiguiente, le dieron, sin embargo, un papel más digno de interpretar a los ojos de los demás que las fantasías que llenaban su melancolía.

Contaba que había perdido a un hijo y que buscaba, entre sus asiduos, un hermano gemelo desaparecido en alguna de aquellas interminables guerras, pero yo sabía que siendo eso verdad nada llegaba a ser del todo cierto porque la razón de su vida era sencilla y simple: le gustaba lo que hacía, ser señora y no serlo, ser bella siempre, de día y de noche, la depositaria de algo especial que, la verdad, no lo era ni lo ha sido nunca, la tesorera de un bien vulgar y común porque cualquiera lo puede conseguir. Explicaba también que la educó un esclavo cristiano, que se enamoró de otro, y que un soldado galo, enfermo y tullido, la preñó. En sueños deliraba y decía cosas que no revelaré, se creía una loba valiente y osada y apenas llegaba a ser una piedra roma, una pobre coneja de corral asustada.

Yo le hablaba de mis cuentas, de mis números y de mi familia muerta, de las batallas ganadas por la caballería de mi hermano Galieno, de listas y de censos, del futuro que desconocía, de mis años en Grecia, de mi juventud y del pasado que había vivido como un  hombre libre, sin nada que perder, ni bienes ni esposa, ni padres ni mujer, sólo un hermano y una sobrina goda. Pero Lidia no me escuchaba, me miraba y no me veía, sólo percibía algo que no advertía yo, quién sabe si era su hijo perdido o su hermano no nacido, o tal vez su soldado tullido, muerto en otra batalla o en otra cama, lejos, más allá del Rin o del Danubio, defendiendo el patrimonio de otro o a un emperador fracasado, codicioso y loco.

Lidia ordeñaba a sus hombres como si fueran toros y a sus toros como si fueran hombres, yo hacía lo mismo con mis inventarios y cuentas, pero ella era más eficaz y querida, deseada tanto por los primeros como por los segundos, todos cornudos.

Después, en las fiestas de su casa, era la matrona, la que mandaba con voz potente y segura a los esclavos, la que educaba a sus hijos con el acierto y la rigidez de una vieja romana, la esposa de Juliano, el patrón, su dueño, el Viceprefecto del Pretorio. Los conejos al horno con cebollas y lenguas de codorniz de sus cocineros eran los más apreciados de la Narbonensis, los sacrificaba jóvenes y se derretían en la boca.

Le gustaba ser igual que el oro con el que se acuñan los solidus del Emperador, tan fáciles de limar y lijar que se desgastan con más rapidez que el adobe viejo secado al sol.

El oro es pesado y blando, moldeable y anónimo como esos banquetes en los que los invitados usan máscaras como ciegos a medias. Es un falso anonimato, naturalmente, porque todos, Juliano también, conocíamos perfectamente las aficiones de su esposa así como las del resto de los habitantes de la ciudad, nada consigue ser invisible en un mundo que no sabe más que mirarse a sí mismo. Mis listas dejaban constancia fiel de ello, anotaba de manera minuciosa las entradas y las salidas, las entrañas, lo que se tiene y lo que falta, como el mejor contable inflexible y puntilloso que quiere tener al día el estado de sus cuentas.

La locura no nos hace terribles, es al revés, perdemos la razón y nuestro gobierno porque somos terribles.


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