Philip Lorca di Corcia
Sufrimiento fetal (y 9)
26 de mayo
¿Sabes?, mi amor, Luis me vino esta tarde con unos folletos de vacaciones
de una agencia de viajes, para que elija el lugar al que más me gustará ir este
verano. Es un encanto. Ya se le ha pasado la tontería esa de la psicóloga.
Siempre se le terminan pasando esas bobadas, y es lógico, mujeres mejores que
yo para una buena aventura sexual puede encontrar las que desee. Mujeres
mejores también para enamorarse locamente, las hay a montones. Es así.
No soy una mujer especialmente religiosa y no considero que el matrimonio
sea un sacramento o algo ni siquiera sagrado y mucho menos para toda la vida.
La gente está convencida, cree con verdadera fe, que siempre hay una segunda o
tercera oportunidad. No es cierto. No tengo pruebas que puedan corroborar esa
aseveración excepto la visión que cada mañana penetra por mi ventana al
levantarme y descorrer las cortinas.
Vivimos en un piso alto y nos levantamos temprano, Luis primero y luego yo.
La ciudad todavía se esconde, apenas se muestra, obscena, poco iluminada,
agotada por la noche, honda y hundida. Es como una mujer rendida y fatigada,
perdida entre millones de sueños y gritos sobrecogidos y acallados, tan grises
y fantasmales como esas nacientes y tristes claridades solares o las nieblas
que desprenden las cloacas y los subterráneos que viven independientes otra
vida no mejor. En esa hora muerta la planta de mis pies ya nota el temblor del
próximo terremoto que no tardará en llegar, la próxima muerte que apenas está
agonizando en algún rincón de esta maldita ciudad. ¿Es lastima eso que siento?,
¿es piedad?, ¿solidaridad, como dicen mis jovencitos colegas del periódico? No,
no es nada de eso, es puro terror, miedo casi físico. Ganas de huir, de hallar
excusas, de hablar de monjas, de mis padres, de la educación que recibí, de
decir que Luis es un niño y que ya estoy harta de ser su madre, que en realidad
yo valgo más, mucho más que él, que voy a renunciar a la maternidad, legal y
emocional, que voy a regalar a mis hijos al que los quiera, a Luis, o quién
pague bien con su cuerpo de hombre lustrado, fino, erótico y musculado, o que
consiga con sus palabras dulces y bellas que sean dulces y bellas solamente
porque él las dice.
O al que me cuente chistes y me haga reír, las mujeres sólo queremos que
nos hagan reír, que nos divierta. Somos estúpidas.
Pero nada de eso es realmente verdad, o al menos no más que las verdades
que muchos podrían hallar en mí y que no serían muy elogiosas, precisamente.
Ninguna. Yo también soy humana, y lo peor de lo peor para una mujer, soy madre
y quiero ser Salomón. No existen excusas, ni una. Yo puedo dejar que Luis se
divorcie de mi o yo de él. Los dos somos capaces de encontrar una nueva pareja
y simular con ella que aparte de la convivencia diaria, de las noches
compartiendo camas y conversaciones románticas, nos espera eso que dicen que
nos espera. Esa mentira que cuentan…, los demás que cuentan esa mentira.
Pero no es cierto. Ni a él ni a mí nos espera nada ni fuera ni dentro. Ni
antes ni después, ni ahora ni luego, ni más tarde, ni tampoco pasado mañana, ni
el próximo fin de semana. Ni de aquí a dos años.
No hay excusas, hay decisiones, y quién sabe si terminaré renunciando
también a ser mujer conservando, eso sí, el cuerpo de mujer.
No hay excusas, hay decisiones.
Otra cosa es que Luis fuera un hombre... distinto, de otra clase, uno de
esos que son... no sé, diferentes. Uno de esos que te dicen solamente ven y tú
vas sin preguntar a dónde hay que ir.
Pero no lo es.
Por eso me ofrece unas vacaciones.
Estoy pensado en algún país del lejano oriente, ¿Japón?, tal vez. ¿Y uno de
estos viajes que organizan a la Antártida? Estaría bien, ¿no?, veríamos focas y
pingüinos, sería un viaje ecológico, y una manera nueva de ir hasta el fin del
mundo, aquel del que te hablé un día, incluso es posible que me muera como
decía también mi joven amante, aunque no sé de qué, la verdad. Seguramente de
frío, esa es la causa más habitual de muerte, ¿no?, si no ya me dirás, ¿por qué
entonces están tan fríos los cadáveres si no es por eso?, ¿verdad?
También podríamos tener una de esas vacaciones solidarias que hacen ahora
en algún lugar del Tercer Mundo, África o Latinoamérica. Ya me lo pensaré,
aunque Luis creo que lo único que quiere es descansar.
Ahora llevamos al niño a un psicólogo argentino y gay, parece buen chico.
Así estoy más tranquila. Creo (risas).
Por cierto, todavía no tienes nombre, no puede ser que a estas alturas seas
mi amante imaginario y que todavía no sepa cómo debo llamarte. No puedo
realizarle una felación a un desconocido, no sería propio de una señora. O sí,
cuanto más desconocido mucho mejor.
Ya sabes que todos estos mails van a parar a una cuenta de correo que tiene
un número y que abrí yo misma hace unos meses.
¿Francisco?, ¿Ernesto?, ¿Carlos?, cualquiera puede servir, no eres real, no
eres de carne y huesos, ni tienes rostro ni edad. No vives aquí ni allí, nunca
me defraudas, nunca te quejas, nunca te cansas, nunca me abandonas y siempre me
encuentras bella.
Eres un tesoro, eres perfecto, no existes.
Te quiero, cielo.
Quizás regresemos a Nueva York, yo quiero ver la “zona cero”. Pero Japón me
atrae, hace tiempo, como ya sabes, que colecciono estampas eróticas japonesas,
son graciosas.
No, no lo son.
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