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dijous, 16 de febrer del 2017

Sufrimiento fetal (y 9)

Philip Lorca di Corcia

Sufrimiento fetal (y 9)

26 de mayo

¿Sabes?, mi amor, Luis me vino esta tarde con unos folletos de vacaciones de una agencia de viajes, para que elija el lugar al que más me gustará ir este verano. Es un encanto. Ya se le ha pasado la tontería esa de la psicóloga. Siempre se le terminan pasando esas bobadas, y es lógico, mujeres mejores que yo para una buena aventura sexual puede encontrar las que desee. Mujeres mejores también para enamorarse locamente, las hay a montones. Es así.

No soy una mujer especialmente religiosa y no considero que el matrimonio sea un sacramento o algo ni siquiera sagrado y mucho menos para toda la vida. La gente está convencida, cree con verdadera fe, que siempre hay una segunda o tercera oportunidad. No es cierto. No tengo pruebas que puedan corroborar esa aseveración excepto la visión que cada mañana penetra por mi ventana al levantarme y descorrer las cortinas.

Vivimos en un piso alto y nos levantamos temprano, Luis primero y luego yo. La ciudad todavía se esconde, apenas se muestra, obscena, poco iluminada, agotada por la noche, honda y hundida. Es como una mujer rendida y fatigada, perdida entre millones de sueños y gritos sobrecogidos y acallados, tan grises y fantasmales como esas nacientes y tristes claridades solares o las nieblas que desprenden las cloacas y los subterráneos que viven independientes otra vida no mejor. En esa hora muerta la planta de mis pies ya nota el temblor del próximo terremoto que no tardará en llegar, la próxima muerte que apenas está agonizando en algún rincón de esta maldita ciudad. ¿Es lastima eso que siento?, ¿es piedad?, ¿solidaridad, como dicen mis jovencitos colegas del periódico? No, no es nada de eso, es puro terror, miedo casi físico. Ganas de huir, de hallar excusas, de hablar de monjas, de mis padres, de la educación que recibí, de decir que Luis es un niño y que ya estoy harta de ser su madre, que en realidad yo valgo más, mucho más que él, que voy a renunciar a la maternidad, legal y emocional, que voy a regalar a mis hijos al que los quiera, a Luis, o quién pague bien con su cuerpo de hombre lustrado, fino, erótico y musculado, o que consiga con sus palabras dulces y bellas que sean dulces y bellas solamente porque él las dice.

O al que me cuente chistes y me haga reír, las mujeres sólo queremos que nos hagan reír, que nos divierta. Somos estúpidas.

Pero nada de eso es realmente verdad, o al menos no más que las verdades que muchos podrían hallar en mí y que no serían muy elogiosas, precisamente. Ninguna. Yo también soy humana, y lo peor de lo peor para una mujer, soy madre y quiero ser Salomón. No existen excusas, ni una. Yo puedo dejar que Luis se divorcie de mi o yo de él. Los dos somos capaces de encontrar una nueva pareja y simular con ella que aparte de la convivencia diaria, de las noches compartiendo camas y conversaciones románticas, nos espera eso que dicen que nos espera. Esa mentira que cuentan…, los demás que cuentan esa mentira.

Pero no es cierto. Ni a él ni a mí nos espera nada ni fuera ni dentro. Ni antes ni después, ni ahora ni luego, ni más tarde, ni tampoco pasado mañana, ni el próximo fin de semana. Ni de aquí a dos años.

No hay excusas, hay decisiones, y quién sabe si terminaré renunciando también a ser mujer conservando, eso sí, el cuerpo de mujer.

No hay excusas, hay decisiones.

Otra cosa es que Luis fuera un hombre... distinto, de otra clase, uno de esos que son... no sé, diferentes. Uno de esos que te dicen solamente ven y tú vas sin preguntar a dónde hay que ir.

Pero no lo es.

Por eso me ofrece unas vacaciones.

Estoy pensado en algún país del lejano oriente, ¿Japón?, tal vez. ¿Y uno de estos viajes que organizan a la Antártida? Estaría bien, ¿no?, veríamos focas y pingüinos, sería un viaje ecológico, y una manera nueva de ir hasta el fin del mundo, aquel del que te hablé un día, incluso es posible que me muera como decía también mi joven amante, aunque no sé de qué, la verdad. Seguramente de frío, esa es la causa más habitual de muerte, ¿no?, si no ya me dirás, ¿por qué entonces están tan fríos los cadáveres si no es por eso?, ¿verdad?
También podríamos tener una de esas vacaciones solidarias que hacen ahora en algún lugar del Tercer Mundo, África o Latinoamérica. Ya me lo pensaré, aunque Luis creo que lo único que quiere es descansar.

Ahora llevamos al niño a un psicólogo argentino y gay, parece buen chico. Así estoy más tranquila. Creo (risas).

Por cierto, todavía no tienes nombre, no puede ser que a estas alturas seas mi amante imaginario y que todavía no sepa cómo debo llamarte. No puedo realizarle una felación a un desconocido, no sería propio de una señora. O sí, cuanto más desconocido mucho mejor.

Ya sabes que todos estos mails van a parar a una cuenta de correo que tiene un número y que abrí yo misma hace unos meses.

¿Francisco?, ¿Ernesto?, ¿Carlos?, cualquiera puede servir, no eres real, no eres de carne y huesos, ni tienes rostro ni edad. No vives aquí ni allí, nunca me defraudas, nunca te quejas, nunca te cansas, nunca me abandonas y siempre me encuentras bella.

Eres un tesoro, eres perfecto, no existes.

Te quiero, cielo.

Quizás regresemos a Nueva York, yo quiero ver la “zona cero”. Pero Japón me atrae, hace tiempo, como ya sabes, que colecciono estampas eróticas japonesas, son graciosas.


No, no lo son.

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