Philip Lorca di Corcia
Sufrimiento fetal (3 de 9)
13 de diciembre
Amor mío, de vez en cuando “news are
good news too”
Esta mañana ya sabía que habría buenas noticias. Luis, al despedirse, me ha
guiñado un ojo y yo, desde la cama, le he sonreído con cariño. Los mejores
pronósticos se han cumplido, al mediodía me ha llamado para darme la buena
noticia. Este ascenso significará la culminación de un largo proceso que
todavía no ha terminado y en el que los dos hemos sido parte. Luis y yo. Ambos
hemos luchado, sufrido y ganado.
Esa felicidad que siento la quiero compartir ahora contigo, mi invento, y
se multiplica por el hecho de escribirte. En mis cartas quiero anticipar todo
el placer que voy a sentir al verte y toda la felicidad que deseo que obtengas
de mí.
Cada mañana, ya lo sabes, lo primero en quien pienso es en ti, al abrir los
ojos te imagino a mi lado, medio tapado por las sábanas y medio desnudo. Son
momentos tiernos y excitantes. Luis se levanta temprano y me deja sola en esa
cama enorme que compartimos él y yo. Es en ese instante delicioso, aún entre
las brumas del sueño y el despertar, cuando más te quiero y más me apeteces,
cuando estás conmigo en mi corazón, abandonado en tu sueño, indefenso para mí,
sin olor ni sabor. Cuando te pienso y te deseo, te imagino a mi lado tal cual
te veo en esas fotos que me envías a veces con la malvada intención de ponerme
nerviosa, y termino mojándome, inevitablemente.
Ya sabes que me dediqué a la economía porque me gustaba y porque pensé que
tendría más salidas profesionales. Sin embargo, tal vez hubiera preferido ser
topógrafa, trabajo de campo, dibujar aquello que no tiene forma como ahora tú
mismo. Dibujar el paisaje sin alterarlo, ni con máquinas excavadoras ni tampoco
con pinceles y telas. Aceptar la tierra y el agua que fluye de mí, mi espacio
vital, mi área de seguridad y aprender a vivir como un anfibio fuera de ella,
en plena incomodidad y molestia. Vivir en el azar, en peligro. Sola. Sin
depender de nadie, ni siquiera de la opinión de otros, sin pedir consejos,
vivir sin eco. No quiero que la pelota regrese a mí, no quiero tener en frente
una pared. Por eso te tengo a ti.
Luis me ha invitado a cenar esta noche, quiere celebrar conmigo su ascenso.
Estoy tan feliz. He pensado regalarle algo, pero ya tiene de todo. Quizás un
libro, a él le gusta mucho la filosofía, ya te lo he contado, en la oficina le
llaman “Sócrates” por ese aire de sabio que aparenta. Voy a salir a comprarlo,
algo encontraré, pero antes llamaré a la canguro, los niños todavía son
demasiado pequeños para quedarse solos en casa.
Quiero decirte también que me moriré de vergüenza cuando hagamos el amor
frente a un espejo, bueno, o no, pero me moriré; empiezo a darme cuenta que me
excita esa vergüenza, y también vernos como si fuéramos otros; me excitan a mí
misma mis propios gemidos como si fueran los de otra mujer, y mucho más cuando
lo hemos hecho por teléfono, aunque sea un teléfono sin línea y sin nadie al
otro lado. Me excita mi cuerpo incluso más que el tuyo. Por eso sé que cuando
estemos juntos, cuando nos miremos en el espejo, lo haremos con ojos ajenos,
ese reflejo será la prueba de cargo de nuestra deriva, de nuestra huida de la tierra.
Quizás le regale la Historia de la
filosofía occidental de Bertrand Russell. Me la recomendaste tú, ¿verdad?
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