Día diecinueve. He fallecido.
Creo que me he muerto
porque hablo en rima asonante.
- Ya te dije que eras un
poeta.
- Y tú una musa, no me
hagas reír.
- No te rías, dame esos
quince días que me has prometido, yo me encargo de todo, de la comida y de la
logística, tú no debes preocuparte de nada, solamente debes de encargarte de
mí, ser de nuevo mi hombre, sabes hacerlo, no es demasiado difícil, ya lo has
hecho en otras ocasiones, sólo necesitas no caerte de tu propia cama.
- Es verdad, es fácil,
muchos lo han sido antes o al mismo tiempo que yo.
- ¿Tienes celos?
- No exactamente, no son
celos.
- ¿Qué son entonces?
- Recuerdos.
- Casi es lo mismo.
- Tengo celos de mí, yo
también fui uno de ellos. Cuando hay muchos no todos caben, hay que soltar
alguno para dejar que los nuevos entren. Parecen lastre.
- O al revés.
- ¿Humo? ¿Conmigo qué
haces?, ¿me dejas entrar y echas fuera alguno?, ¿uno viejo?, ¿o me cierras la
puerta y no permites que mi recuerdo, ni mi carne, entren en ti?
- Depende.
- ¿De qué?
- No es de qué, es de
quién, depende de ti, yo elijo a mis amantes, pero no soy la responsable de mis
recuerdos, lo son ellos, lo eres tú.
- ¿Quieres parecer una
cínica?, ¿por qué simulas serlo?
- Por eso te gusto, ¿no?
- No es verdad, no lo
eres, no eres cínica, ni me gustas cuando pretendes serlo, pero las consecuencias
son las mismas o peores, por eso nunca te pedí que te casaras conmigo.
- Si lo hubieras hecho te
habría aceptado sin dudarlo.
- ¿Quién se hará cargo de
las sábanas?
- Nadie.
- ¿Quién se ocupará de
ti?, todavía eres una niña.
- Nadie.
- ¿Tienes miedo de morir?
- Sí.
- Pero antes moriré yo, amor mío.
- Sí.
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