Día trece. Las enfermeras y las trampas.
Mi enfermera solamente
tiene un defecto, es joven, pero posee tres grandes cualidades, es inteligente,
es sensible y es también bondadosa.
Así que ha entendido
perfectamente el significado de mis lágrimas y mi desasosiego al pensar en
Vincent y en su habitación deshabitada. Ha comprendido de una manera profunda
el significado estético de la soledad, la nada y el vacío de un paisaje
desolado.
“Las trampas necesitan un
cebo, ¿cuál usas tú?”, le he preguntado cuando he presentido que iba a
levantarse para irse.
- Yo no sé preparar
trampas, ¿puede enseñarme usted?- me ha respondido apretando más fuertemente la
mano que me asía.
- Serás una buena alumna- le he dicho al notar esa presión.
En realidad no puede saberse nunca qué piensa nadie, qué pasa por su
cabeza. Siempre he creído que la vida de un hombre no debe de estar sometida a la
influencia de los demás, ha de desarrollarse de manera independiente si quiere
tener una existencia emancipada y libre. Creativa.
Un hombre debe vivir solo, la convivencia lo somete a la prole y al
heroísmo cotidiano.
- ¿De verdad cree eso?- me ha preguntado- ¿seré realmente una buena
alumna?
- Claro que lo serás, buena alumna sin duda, luego no sé.
- No me tome por lo que no soy.
- Sólo te tomo por una
mujer curiosa, inteligente y perspicaz, ¿a quién necesitas engañar?, dime.
- Aparte de a mí misma a uno a quien amo.
- ¿Para qué?, ¿no lo amas
lo suficiente?
- Es él el que no me ama igual.
- Si eso te importa es que no lo amas bastante ni bien.
- ¿Ni bien?
- Ni bien.
- Lo amo trece veces bien.
- Entonces te faltan dos
para llegar a quince, con eso es suficiente, no es necesario acercarse a cien.
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