Día diez. Mi amigo Vincent, el pintor.
El caso es que debería ir
a Arlés para recuperarla y traerla al Hospital, de paso aprovecharía y
visitaría a Vincent, hace tiempo que no nos vemos, él no es un hombre que use
de teléfonos móviles ni de Internet, en realidad no utiliza ni siquiera una
simple y antigua máquina de escribir que le regalé. Escribe y pinta a mano.
Nos tomaríamos unas
cuantas cervezas, hablaríamos de pintura, y por la noche nos iríamos al burdel.
A la mañana siguiente,
antes de salir el sol, me acercaría al mar, me bañaría desnudo viendo amanecer,
y me sentiría lejos de todo, que es, por otra parte, una manera curiosa de
tenerlo y verlo todo al mismo tiempo, igual que cuando te mueres y llegas a ser
casi como Dios.
Pero creo que no podré
ir, no me han dado permiso para levantarme.
Estoy desvariando.
“Te advierto”, aseguró
señalándome con su dedo índice, “que durante estos quince días no vamos a salir
de tu maldita cama excepto para lo imprescindible, te ataré a ella y no me
despegaré de ti”.
Cuentan que es mejor
morirse en una cama, y creo que lo dicen porque no saben qué es morirse en el
suelo.
Todos lo temen, pero
siempre son preferibles las baldosas frías que los colchones mullidos, su
dureza y frialdad te empujan a la vida.
No hay nada peor que la
comodidad para vivir y morir.
“Cuando veas que agonizo
sácame de la cama y tiéndeme en el suelo quiero empezar a sentir la frialdad
del otro lado, del otro lado vacío de la cama”.
Supongo que afirman eso
porque casi todo el mundo tiene la comodona y burguesa costumbre de hacer el
amor acostado en una de ellas.
Con mi joven amante, y
como la cama era tan estrecha, lo hacíamos de pie también. Yo le levantaba las
faldas y le bajaba las bragas y ella a mí los pantalones y los calzoncillos, y
así, apoyados en una esquina, nos amábamos. Lo hacíamos de otras maneras, pero
a mí me gustaba ésa, de pie y vestidos, con la ropa bajada y en un rincón los
dos, en una esquina cualquiera del pasillo o de la habitación.
No había penetración, solamente una dulce y apasionada masturbación
mutua. Una vez intentamos esa penetración con ella a horcajadas y yo
sosteniéndola por el trasero, como en las películas, pero perdí el equilibrio y
nos caímos al suelo, podíamos habernos hecho daño, pero nos reímos y no lo
volvimos a intentar más
Luego, sentados en una escalera le abría las piernas y la besaba.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada