"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dijous, 8 de setembre del 2016

Quince días. Una historia de amor en veintiún días más otro de propina. (10)


Día diez. Mi amigo Vincent, el pintor.

El caso es que debería ir a Arlés para recuperarla y traerla al Hospital, de paso aprovecharía y visitaría a Vincent, hace tiempo que no nos vemos, él no es un hombre que use de teléfonos móviles ni de Internet, en realidad no utiliza ni siquiera una simple y antigua máquina de escribir que le regalé. Escribe y pinta a mano.

Nos tomaríamos unas cuantas cervezas, hablaríamos de pintura, y por la noche nos iríamos al burdel.

A la mañana siguiente, antes de salir el sol, me acercaría al mar, me bañaría desnudo viendo amanecer, y me sentiría lejos de todo, que es, por otra parte, una manera curiosa de tenerlo y verlo todo al mismo tiempo, igual que cuando te mueres y llegas a ser casi como Dios.

Pero creo que no podré ir, no me han dado permiso para levantarme.

Estoy desvariando.

“Te advierto”, aseguró señalándome con su dedo índice, “que durante estos quince días no vamos a salir de tu maldita cama excepto para lo imprescindible, te ataré a ella y no me despegaré de ti”.

Cuentan que es mejor morirse en una cama, y creo que lo dicen porque no saben qué es morirse en el suelo.

Todos lo temen, pero siempre son preferibles las baldosas frías que los colchones mullidos, su dureza y frialdad te empujan a la vida.

No hay nada peor que la comodidad para vivir y morir.

“Cuando veas que agonizo sácame de la cama y tiéndeme en el suelo quiero empezar a sentir la frialdad del otro lado, del otro lado vacío de la cama”.

Supongo que afirman eso porque casi todo el mundo tiene la comodona y burguesa costumbre de hacer el amor acostado en una de ellas.

Con mi joven amante, y como la cama era tan estrecha, lo hacíamos de pie también. Yo le levantaba las faldas y le bajaba las bragas y ella a mí los pantalones y los calzoncillos, y así, apoyados en una esquina, nos amábamos. Lo hacíamos de otras maneras, pero a mí me gustaba ésa, de pie y vestidos, con la ropa bajada y en un rincón los dos, en una esquina cualquiera del pasillo o de la habitación.

No había penetración, solamente una dulce y apasionada masturbación mutua. Una vez intentamos esa penetración con ella a horcajadas y yo sosteniéndola por el trasero, como en las películas, pero perdí el equilibrio y nos caímos al suelo, podíamos habernos hecho daño, pero nos reímos y no lo volvimos a intentar más


Luego, sentados en una escalera le abría las piernas y la besaba. 

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada