Día dieciséis. Sirenas.
En una película había una
mujer que lloraba y fumaba sentada al borde de una cama y un hombre que
depositaba su secreto en el hueco de una piedra antigua y gastada. (4)
Mi enfermera se desnudaba
como si se vistiera, y al hacerlo su bata blanca ondeaba de una manera
inexplicable. Sólo una bata, y debajo nada.
“Te hablaba ayer”, le
dije a mi enfermera desnuda, “de una sirena sin sexo, una mujer muy poco
convencional que me ha dejado maltrecho y sin labios para responder a uno de
esos besos que ahora me pides, un beso, como tú los llamas, de pirata de los
mares de la China. He
de confesarte que no tengo otros para ponerme contento ni más boca para cumplir
mi sueño que la que me alimenta con aire y suero. Ya no me quedan cuartos,
camas ni habitaciones para bajar la guardia, ni siquiera para dar y darte
solamente las gracias. No, no tengo ganas, velero ni viento, me falta el
aliento, amor mío, y tampoco recuerdo el primer beso que un día te di”. (5)
- Parece una canción, ha
exclamado mi enfermera.
- Sí, lo parece porque
casi lo es.
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