"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dilluns, 5 de setembre del 2016

Quince días. Una historia de amor en veintiún días más otro de propina. (7)


Día siete. Seres libres

Era una muchacha prudente y educada, nunca hacía mención a la diferencia de edad que nos separaba, pero tenía razón cuando afirmaba que mis visitas jamás regresaban, aunque ella misma no era una buena prueba de ello.

Me costaba reconocerlo, no quería admitir mi fracaso reiterado como anfitrión. Siempre sucedía algo que las hacía partir como gatos escaldados.

Es posible que fuera mi pequeña cama, la gente se cansa de caerse de ella, a nadie le gusta darse de bruces, cada dos por tres, con el suelo por más alfombrado y tapizado que esté.

Mi joven amiga siempre tuvo todos los amantes que deseó, los conseguía con facilidad al estar predispuesta a ello. A una mujer le es fácil encamarse con quien desee si no le importa la convención burguesa de la reputación.

En los hombres funciona al revés, es injusto, pero nuestra promiscuidad, en esa convención burguesa y machista, nos ensalza a los ojos de los otros hombres y también de algunas mujeres, como si ellas fueran trofeos de caza.

Pero ella era y es un ser libre y yo también.

En todo caso, y aunque luego le quedara un regusto chocante, disfrutaba de sus amantes, o eso afirmaba con una simpleza un tanto infantil. La amargura y el vacío que seguían a continuación también formaban parte del guión y de la lógica de las cosas. Las lágrimas que derramaba y algún que otro desconcierto psicológico iban en el mismo paquete, parecían un adorno necesario, una especie de colofón. Pero todo eso ahora no tiene ninguna clase de importancia, ya no.

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- El próximo día, uno de noviembre, cuando se hayan ido esas visitas que esperas, me encontrarás tal y como Dios me trajo al mundo dentro de la bañera de tu casa -me dijo con su típica resolución de mujer decidida y mostrándome la mejor de sus sonrisas. -Solamente tienes que desnudarte y meterte dentro tú también -añadió- pero si te da pereza despojarte de la ropa entra vestido, me da igual, aunque te agradecería que al menos te quitases los zapatos.

- Siempre lo hago, nunca me baño calzado, acostumbro a lustrarme las botas con betún y los pies con jabón, no al revés, querida mía- le respondí esforzándome en parecer simpático y en lucir también una bonita sonrisa, la de mi padre que enamoró a mi madre y que era sin duda mucho mejor que la mía.

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