Philip-Lorca diCorcia
9. De cómo fue la infancia
de Daniel.
A
las cinco, una hora antes de lo habitual, me desperté. Empecé a dar vueltas y
más vueltas en la cama, insomne y nervioso y sin saber por qué. Toda aquella
hora que faltaba para que el despertador sonase me la pasé incómodo y
despierto. Así que cinco minutos antes de las seis me levanté, desconecté el
despertador y me fui directo a la ducha.
Allí
me vino a la mente uno de aquellos nombres. Ángela Martínez López.
Daniel
era hijo de una familia rica de antiguo, igual que su esposa, pero en su caso
venida a menos, a mucho menos. Ambos estaban acostumbrados al dinero, a tenerlo
sin darse demasiada cuenta que lo tenían, a que formara parte de su vida como
lo hacían los trajes elegantes y las cosas bellas que acostumbran a ser siempre
las más caras.
El
padre de mi amigo falleció en un accidente de automóvil dos meses antes que él
naciera.
Al
dar a luz su madre lo entregó a una mujer que servía en la casa para que se hiciera
cargo, para que se convirtiera en su ama, y ella, la madre, se dedicó a viajar.
Fue
un parto fácil, y pasado el par de semanas necesarias de recuperación, se fue a
París. Esa era su vida, la vida de la madre de Daniel consistía en eso, estar
de viaje, regresaba de cuando en cuando y volvía a irse.
Daniel
fue educado y criado por esa ama llamada Ángela y cuyos apellidos nunca supe,
así como tampoco si todavía vivía o ya había fallecido. Lo que sí recuerdo fue
el cariño y el amor que ambos se profesaban y que Daniel nunca escondió. Creo
que Ángela no llegó a cambiar en Daniel la influencia de su estirpe, pero sí
logró que tuviera una mirada un tanto diferente sobre lo que son las cosas y
las personas. Ese segundo ángulo tan necesario para ver el mundo. También
recuerdo la extraña y curiosa animadversión que por ella sintió Cristina, la
que luego fue su esposa, nada más conocerla. Daniel me decía que la veía como a
una intrusa, no soportaba que una simple sirvienta tuviera ese ascendente en él.
Daniel era muy propenso a citarla, “Ángela dice”, “Ángela piensa”, “Ángela
cree”, y Cristina no podía soportarlo. “Nunca dices eso de mí”, le replicaba. Y
era cierto, Daniel nunca contaba lo que Cristina pensaba, decía o creía.
Según
parece y según le parecía a su marido, mi amigo, creía que Cristina veía a una
rival en esa mujer, una criada que siempre fue mayor, incluso cuando aún era
joven. No una rival sentimental ni mucho menos sexual, pero sí una rival.
Ángela
fue la típica doméstica, niñera y cocinera que siempre trabajó en la misma
casa, sirviendo a los mismos señores y a los hijos de ellos, sustituyendo
incluso a las que eran las verdaderas madres y alimentándolos con su propia
leche.
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