Philip-Lorca diCorcia
13. Un recuerdo huido que
regresa.
Hay
cosas que vives o te cuentan y que rápidamente huyen de ti como lo haría un
preso de la cárcel, parecen tenerte miedo cuando en realidad se van porque no
las necesitas para vivir.
Así
es hasta que observas asombrado que el presente en el que te hallas está lleno
de agujeros como un prado habitado por topos o por esos animales tan simpáticos
que llaman “perros de las llanuras” norteamericanas.
Ahora,
sin proponérmelo, he recordado a Daniel en una habitación de hospital, recién
operado de apendicitis. En aquella época ambos teníamos 25, o quizás ya 26
años.
Era
una tarde de domingo de principios de otoño y la habitación estaba llena de
amigos y de algún que otro familiar. Las enfermeras no hacían más que reprendernos
por el bullicio que armábamos. Entre ellos estaba yo, y también Cristina, su
eterna novia y la que terminaría siendo su esposa. Casi todos éramos jóvenes.
Las
visitas se fueron marchando y nos quedamos los tres solos medio cansados y
medio dormidos y Daniel pidiéndonos un cigarrillo que no le dimos. Alguien
llamó a la puerta y vimos entrar a una mujer. Era Ángela, yo la conocía de
haberla visto en casa de Daniel; venía acompañada de una joven, pequeña, guapa
y morena y a la que no pude ver bien, su larga caballera ocultaba su rostro,
parecía muy tímida. Apenas se asomaron por la puerta Cristina se levantó y
salió asiéndome de la mano y tirando de ella. No llegué casi a saludarlas,
apenas balbuceé un “hola”.
Cristina
estaba incómoda y molesta y no sé qué me dijo que durante los dos últimos
veranos Daniel había pasado unos días en casa de Felicia, la hermana de Ángela,
con ella y en el pueblo de donde era hija. Me contó que había ido a primeros de
setiembre, durante las fiestas y que había regresado raro. Le pregunté a qué se
refería con eso de raro. No recuerdo muy bien cuál fue su respuesta, cuando alguien
califica a algo de raro es que normalmente no sabe encontrar una palabra mejor
ni sabe describir correctamente lo que ve.
-Ha
vuelto cambiado -me repitió Cristina -durante unos días ha estado ensimismado,
sin prestar atención a las cosas. Allí ha habido algo que lo ha agitado por
dentro.
-¿Qué
crees que es? -le pregunté.
-No
lo sé con seguridad, pero el hecho en sí de tener un ama no es muy normal. A mí
no me gusta Ángela -decía Cristina. Incluso afirmaba también que aquella no era
su gente.
-¿Por
qué no te gusta esa mujer?, ¿tienes celos de ella o de otra?
-Cree
que es la madre de Daniel, cuando casi no se ha preocupado por su propia hija.
¿Te has fijado que nunca habla? -me preguntó.
-¿Quién?,
¿Ángela?
-No,
la hija, esa niña que la acompaña es su hija, esa que tuvo no se sabe con quién.
Esa
joven tenía que ser la hija de Ángela, eso afirmaba Cristina. Una niña de 16 ó
17 años. Podía ser otra, pero lo más probable es que estuviera en lo cierto y
fuera ella. No la recuerdo bien, casi no vi su cara. Esos hechos los había
olvidado, nunca habían tenido un significado especial para mí hasta ahora. Pero
era evidente que Daniel conocía a la hija de Ángela, la conocía y se conocían
de antiguo, había ido algunos veranos a pasar unos días con su ama en casa de
su hermana que debían de haberse reconciliado. Quizás influyo el accidente de
Miguel con un tractor y que quedara postrado en cama. Allí debió de conocerla. Nunca
me había contado nada de eso. Según cómo se mire eran también hermanos.
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