Philip-Lorca di Corcia
2. De cómo mi amigo Daniel
renunció a divorciarse de su esposa.
Hacía
unos cuatro meses que no nos habíamos visto, pero seguíamos siendo buenos
amigos, no necesitábamos vernos cada día ni cada semana. Nuestros encuentros
oscilaban entre un olvido falso y una frecuencia alta.
Recuerdo
que los dos últimos años no habían sido buenos para Daniel. Sus negocios
estaban en bancarrota y su matrimonio naufragaba por todas partes. Su esposa Cristina
y él estuvieron varios meses, casi un año entero, separados, aunque no llegaron
al divorcio.
Él
se fue a vivir a un apartamento pequeño y barato que apenas podía pagar. Incluso
le llegué a prestar dinero para cubrir alguna de sus mensualidades. Le ofrecí
mi casa, pero sólo consintió en venir el primer mes, hasta que encontró ese
apartamento pequeño en una casa sin ascensor.
Durante
todo este tiempo, ellos dos, mantuvieron un status
quo extraño, esperando una especie de milagro que en cierta manera se
produjo.
Daniel
siempre fue un hombre independiente y orgulloso, por eso me sorprendió lo que
sucedió después.
Al
cabo del año se reconciliaron y rehicieron su vida. Al menos eso decían, pero
yo sé que no era así, él mismo me lo había contado. Me dijo que ella lo tenía
agarrado por el cuello, que dependía de su dinero. Por vergüenza no quiso
contarme nada más ni yo tampoco le pregunté los detalles ni las intimidades,
pero un tiempo después se sinceró conmigo. Al final ella había sido quien le
había salvado de la bancarrota pagando sus deudas. Ése terminó siendo uno de
esos secretos a voces, esa clase de cosas que todo el mundo sabe pero que nadie
termina de contar abiertamente, tratando así, dicen, de salvaguardar la
dignidad de los protagon istas de la
historia.
Parecía
que habían logrado restablecer la convivencia matrimonial, pero su vida íntima
no existía. Eso me contó luego mi amigo, no tenían vida privada, únicamente
pública. Su esposa parecía ser una de esas personas que valoran demasiado la
opinión de los demás. Al menos eso decía Daniel y creo que tenía en buena parte
razón. Ya hacía muchos años que yo también la conocía. Era una mujer algo
anticuada en este tipo de cuestiones, de familia rica y de ideas conservadoras,
pero que trataba de ser moderna y desprendida, laxa, relativista, en esa moda
tonta que cree que cada cual tiene sus razones para actuar como lo hace, dando
por supuesto que eso, sean cuales sean esas razones, ya es de por sí suficiente
y respetable. En según qué momentos me entristecía ver el mal papel que protagon izaba, sin darse cuenta de que no llegaba más que
a ser una mala caricatura de una persona que simulaba ser algo que, en
realidad, no era en absoluto.
Un
día, Cristina, pareció confesarse ante mí, esa fue la palabra que usó,
confesión, como si yo fuera un sacerdote o un psicoanalista argentino. Sus
lágrimas me parecieron sinceras, pero ser sincero no siempre es garantía de
honestidad. Me contó que no hiciera caso de chismes, que la razón de su vuelta
era que amaba a su marido. Así lo contaba, decía que era ella la que había
vuelto, no él. Seguramente era así, no soy quién para dudar de ello, pero
también había de ser cierto lo que Daniel decía. Según mi amigo, él no debía
solicitar el divorcio si quería que ella saldase sus deudas. Esas fueron las
condiciones que le impuso su esposa. Daniel aceptó y al hacerlo evitó que los
bancos lo dejaran literalmente en la calle.
Continuará...
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