Philip-Lorca di Corcia
7. De cómo Daniel
justificaba ante mí a su esposa.
-Ella
es una persona normal -me replicó, -no es ninguna heroína. Tampoco es una mujer
enferma ni nada parecido, es una mujer, un ser humano como cualquier otro, nada
más. Me quiere y me quiere con ella, a su lado, quiero decir, en el sentido
protocolario del término. Creo que eso es razonable y debería ser suficiente
para mí y también para todos, incluso para ti –me respondió con sorna -las
personas no queremos en abstracto, no somos ángeles rubios y asexuados.
-¿Y
tú?, ¿a ti te satisface esta situación?
-No
creo que ésa sea la pregunta que deba hacerse.
-Respóndela
de todos modos -insistí.
-No,
claro que no me satisface, hay algo que no termina de estar en su lugar,
naturalmente. ¿El qué?, yo mismo, sin duda, yo soy el que no está en su lugar,
en el lugar que le corresponde. Ella es la de siempre, ella no ha cambiado.
Vale, no lo digas tú, ya lo diré yo. No debía de haber aceptado su dinero a
cambio de un matrimonio legal, pero falso. Ya lo sé, es cierto, pero… Lo
acepté. Ya está hecho.
-¿Crees
que tiene realmente un amante? -le pregunté.
-No
lo sé, ni tampoco me importa demasiado -me respondió. Solamente pienso que la
conozco algo, poco, pero algo, y sé cómo era entonces en la cama y como,
supongo, continua siendo. Era…
-¿Cómo?
-No
sabría decirlo, normal, supongo.
-¿Aparentaba?
-Creo
que sí, ella siempre aparenta. Quería verme feliz y evitar lo peor, y lo peor
para ella es el desprecio de los suyos, y hacía y hace lo necesario para que
eso no suceda. Pero esto ya es pasado, en
cualquier caso sería lo más normal del mundo que tuviera un amante, a nadie
debería extrañar, un amante con el que no aparentar porque nunca formará parte
de tu círculo ni será un miembro de la familia.
-Alguien
de fuera, ajeno a todo tu mundo, alguien extraño que realmente te permite ser
libre.
-Eso
es. Pero me sorprende, e incluso afecta un poco mi orgullo masculino también, que
desde mi regreso a casa y mi renuncia al divorcio no me haya buscado ni se me
haya ofrecido. Dormimos, como ya sabes, en habitaciones separadas.
-¿A
qué lo atribuyes?, le pregunté.
-Creo
que tiene miedo a mi rechazo. Porque la rechazaría, sin lugar a dudas. Piensa
que ella y yo nos conocemos desde que éramos adolescentes -me respondió
mirándome. Nos llevamos un año solamente y la primera vez que nos vimos fue en
mi fiesta de cumpleaños, entonces ella tenía 13 y yo 14.
-¿La
rechazarías?, ¿lo harías realmente?
-Es
demasiado tiempo. No quiero perturbar un recuerdo que en buena parte quiero
pensar que fue hermoso, o no, tanto da.
-¿Lo
es?, Daniel, ¿es demasiado tiempo?, ¿tanto da?
-Sí,
lo es porque lo conoces demasiado del otro. Yo no quiero pensar que conozco
todo lo que ella es, pero sea lo que sea eso que conozco de ella, creo que ahora
es excesivo, ya digo, demasiado. Normalmente debería ser algo bueno, algo
positivo en dos personas que se quieren, pero en mi caso es una barrera, una
molestia. Los secretos, que todos tenemos, ya han sido desvelados y en buena
parte se ha producido una decepción, un desencanto. Como dicen los americanos, the game is over.
-No
se puede obligar a nadie a permanecer a tu lado en contra de su voluntad.
-¿Quién
dice que no?, me respondió algo brusco, levantándose y buscando su abrigo que
había colgado del respaldo de una silla.
Era
tarde y Daniel quería irse ya. Yo lo había presionado demasiado con tantas
preguntas y mi insistencia algo exagerada. Aunque al salir le pregunté de nuevo
y a bocajarro qué clase de vida sexual tenía. ¿Recurres a alguna profesional?
-Todavía
no, me respondió con una media sonrisa cansina y aspecto de estar harto, ¿me
recomiendas alguna? -me preguntó irónico.
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