Philip-Lorca diCorcia
5. De cómo Daniel me dijo
que no tenía ninguna amante.
Al
otro día, viernes, regresé al mismo restaurante, El Circo, pero no lo vi.
La
semana siguiente hice lo mismo, decidí seguir instalado en mi “observatorio” y
jugar a ser un espía durante la hora escasa que disponía para almorzar.
Solamente lo vi aparecer el jueves, de nuevo un jueves. Llegó, llamó, le
abrieron y entró. Eso hizo las cuatro siguientes semanas. Exactamente lo mismo,
todos los jueves a las 14,30 horas exactas.
No
sé a qué hora se iba, yo debía permanecer en mi oficina trabajando, no podía
apostarme como si fuera un verdadero policía. Y en cualquier caso tampoco
debía, no era de mi incumbencia. Pero la curiosidad me ganaba. Así que le
llamé.
Como
excusa usé una casi verdad: le dije que deseaba verlo y charlar, porque habían
pasado ya cinco meses desde la última vez. Me respondió con alegría. Me contó
que estaba ocupado en nuevas cosas, pero que podíamos quedar para cenar. Así lo
hicimos. Concretamos la cita, el lugar y la hora. Los dos solos, Cristina no
vino, se quedó en casa.
Fuimos
a un buen restaurante y luego a un bar de copas para personas que solamente
desean conversar en un buen ambiente.
Hablamos
de todo y hablamos de él. Me confesó, una vez más, que sus problemas económicos
por fin habían terminado, que su esposa había cumplido con el compromiso contraído.
Que ahora estaba intentando encontrar un trabajo modesto, o iniciar algo
humilde, sin ínfulas, pero en el que se pudiera sentir cómodo. No tenía prisa,
su mujer cargaba con todo, ella podía hacerlo y no le exigía nada excepto
comportarse en público como un matrimonio bien avenido. Naturalmente no había
vida amorosa, ni ternura ni amor y, por supuesto, sexo tampoco. Solamente
permanecía un ligero cariño, los restos mustios de aquella hermosa y antigua
amistad que también los había unido en el pasado. Pero esa correa corta que lo
ataba a ella malhería su ánimo, su dignidad y su orgullo.
Se
lo pregunté directamente. ¿Tienes alguna amante?
-¡Por
supuesto que no! -me respondió -ni me apetece ni tampoco debo tenerla si quiero
que las cosas permanezcan igual.
-¿Igual?
Ella ya ha pagado tus deudas, déjala, pide ahora el divorcio. Pórtate como un
canalla, incumple tu promesa -le dije sin miramientos.
Ya
lo he pensado, me confesó. Pero necesito todavía su dinero para resarcirme y no
sé si podré devolvérselo, ella no me lo pide, no hemos firmado ningún papel, no
me lo puede reclamar legalmente, pero lo intentaré, quiero devolvérselo. Ella
me ha salvado a cambio de seguir manteniendo una pantomima que le interesa continuar.
No quiero ni deseo criticar su ética de las cosas, no soy nadie para hacer eso,
y mucho menos después de haberme salvado de la ruina. Ésa es tan buena razón
como cualquier otra, ¿no crees? Además, me quiere.
-¿Y
tu madre, no podría ella haber pagado tus deudas?
-¿Ella?,
¿mi madre?, no digas tonterías, ni lo haría ni yo se lo pediría jamás.
-¿Y
tu herencia familiar?
-Sólo
podré cobrarla cuando mi madre fallezca si es que no me deshereda antes, pero
al paso que va su tren de vida creo que cuando eso suceda ya no quedará nada que
heredar.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada