Soñé que regresaba a casa
después de muchos años, que entregaba a mi familia una bolsa llena de monedas
de oro, que vivía con nosotros aquella hermana que nuestra madre abortó, Julia,
y que mi padre comandaba, con su característica autoridad y ternura, nuestra pequeña
familia.
En el sueño mi madre se
llamaba asimismo Julia, igual que la mujer con la que me casé y la hija que me
dio. Allí estábamos todos y también mis hermanos, Severo, el mayor, entero y fuerte,
y Cayo, el mediano, pródigo y valiente. Y entre todos ellos yo, Quinto
Sempronio Vero, el pequeño, feliz y cansado, triste por lo visto en mi largo
viaje, apenado y afligido porque sabía que lo que vivía era un simple sueño.
¿Cayo, dónde estás?, ¿Julia,
eres mi rosa? Nadie respondía porque sólo podía elegir a uno de ellos. Así lo
hice, elegí.
Cuando desperté la fiebre
había desaparecido. Con unas cuantas sopas de coles y caldos de pollo me
recuperé. Diez días después vimos venir a Cayo caminando por el sendero en el
que están enterrados nuestros padres y Julia, esa hermana no nacida, la vía de
los cipreses.
El augurio es el indicio de
aquello que ocurrirá, en cambio, el vestigio, siendo la señal de algo que ha
sucedido, es también el testimonio, el resto a través del cual obtendremos la
verdad.
La verdad está siempre
abierta a nuestros ojos, no se encuentra oculta en ningún escondrijo como si
fuera un simple misterio.
El buche es la bolsa
membranosa que comunica la boca con el esófago de las aves, en él se reblandece
el alimento gracias a unas piedras tragadas por el animal para tal fin. Se dice
también que es el lugar en el que se finge que se guardan los secretos.
Así pues, al abrir el pecho y
el buche de las aves, habremos de separar, enumerar y clasificar con
minuciosidad las piedras que hallemos en él. Su color, su forma, su peso y su
tamaño serán los indicios que nos servirán de puentes para traspasar el río y
la niebla que oculta su otra orilla.
Las piedras, y también todas
las demás cosas y seres que encontremos en ese saco, serán un vestigio y un
augurio al mismo tiempo, y lo serán porque la verdad no es sólo aquello que ha
ocurrido, es también todo lo que tiene que suceder.
Como augur debía de ser fiel
a los gestos, memorizarlos para repetirlos con precisión y exactitud. En esa
repetición absurda está el secreto, es el ritmo del tambor que, más que la
rueca, marca el tiempo. La gente los conocía mejor que yo y me los demandaba
como si fueran unos niños que siempre piden que se les cuente igual la misma
historia.
Mis padres llevan muertos
unos cuantos años, fallecieron hace tiempo, pero todavía conservo a mis
hermanos aunque a uno le falte medio cuerpo, al otro medio espíritu y a los
tres nos falte Julia.
Sé lo que debo de saber que
no es más que aquello que de mí depende pues siempre he creído que el daño del
mundo es consecuencia de alguna clase de traición y de promesa no cumplida. En
los tratos y en las fidelidades y lealtades rotas nace el rencor y la venganza.
Algún día llegará Julia, y si no llega iré yo a buscarla aunque para ello deba
de morirme.
Esta mañana he abierto una
paloma, blanca y gris, estaba limpia y no opuso resistencia, el hígado era
claro y en el cielo no volaban los halcones. Hace calor, se acerca el verano y
los niños ya corren desnudos hacia la alberca para bañarse.
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