Pasado mañana (2 de 3)
Tampoco nos miraremos. En
cambio observaremos, sin prestarles atención, a los demás pasajeros, su ir y
venir, los grandes ventanales del aeropuerto y sus puertas de cristal, las
muchachas que limpian arrastrando sus cubos y palos. Media hora escasa y después
me acompañarás hasta el control de policía, esperarás conmigo en la fila,
cuando llegue mi turno nos daremos un seco beso en los labios, pasaré por el
detector de metales y mi portafolio, que ya me habrás devuelto, y mis cosas de
metal se introducirán en el tubo ése de rayos. Las recogeré, tú todavía
permanecerás allí, observando los trámites desde el otro lado, recuperaré mis
cosas depositadas en esa bandeja, mi reloj, mi móvil, las llaves de mi nueva
casa y una policía me registrará haciéndome levantar los brazos. Al terminar, recolocaré
y alisaré mi blusa y mi falda y su cinturón ancho de cuero marrón, y me giraré
hacía ti para dedicarte mi última sonrisa y decirte de nuevo adiós, esta vez
con mi mano derecha, o la izquierda, no sé, aquella en la que llevaba los
anillos y las pulseras que me regalaste y que ya hace tiempo me quité. Serán
dos escasos segundos, encararé el pasillo dándote la espalda y me iré. Tú me
verás marchar hasta perderme del todo de vista detrás de alguna columna, o medio
tapada y desaparecida entre un grupo de turistas desorientados. Eso será lo
último que verás de mí, unas manchas de color, la de mi vestido rojo y la de mi
cabello negro a lo lejos. A partir de ese momento estarás completamente solo
contigo mismo y deberás enfrentarte a tu voluntad y a tu deseo. Te aconsejo que
mates al segundo, te lo digo por tu bien. Debes construirte un nuevo futuro sin
mí y también un nuevo pasado sin mí. No debes romper ninguna foto, ni olvidar
nada, no es necesario, solamente has de… me parece que no me estás escuchando,
mírame, te estoy hablando, recuerda que nunca te he faltado al respeto, ¿qué
miras por esa ventana?, ¿qué sucede ahí fuera que te interesa tanto?
¿Ahí fuera?
Ahí fuera estoy yo, desnudo, bañándome con la luz
de poniente y la de levante. Con el mar bajo mis pies y la tierra después. Luego
el fondo, el suelo, y tras la nubes, el cielo.
Pasado mañana se irá.
Quiere que la acompañe al aeropuerto, pretende con ello elaborar alguna clase
de terapia, una de esas dramatizaciones que intentan ser mágicas y con eso
efectivas. Ella le llama a eso la liturgia del adiós, no para de hablar de lo
mismo. Parece uno de esos deportistas de élite repitiéndose sin cesar que va a
ganar el próximo partido. Ella dice que lo hace por mí, yo soy el referente y
el objetivo y ella la doctora. Algunos lo llaman “visualizar” el devenir, dicen
que eso hacen los grandes líderes y parece ser que es eso lo que se enseña en
esas disciplinas modernas de jefatura y liderazgo. Los profesores les preguntan
a bocajarro a los alumnos que les cuenten qué estarán haciendo de aquí a diez
años y ellos, sin tiempo de pensarlo, les responden lo primero que les sale de la
cabeza. Deben contar algo positivo, claro, demostrar que dominan sus sueños,
que son sus propios dueños. Que el futuro está para servirles. No importa que
luego nada de eso se cumpla, de lo que se trata es de mostrar seguridad,
decisión, coraje, valentía y capacidad para planificar el tiempo que se
aproxima y desdeñar el que se aleja. Aprovechar las experiencias para seguir
adelante, dicen y cuentan.
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