Hoy (3 de 5)
Uno de ellos al echarse al
suelo rebotó en una piedra, debió golpearse y asomó el cuerpo con su cabeza, lo
maté yo mismo desde unos sesenta metros.
Inmóvil, tenía ganas
de algo que no sabía qué era pero que sabía que no era hambre. Fuera lo que
fuese no me bajé los pantalones para hacer eso que me exigía el cuerpo, lo hice
así, tal cual, casi porque sí, sin bajarme los pantalones ni los calzoncillos
que no sé si llevaba, en ellos hice algo que quería hacer, creo que era
necesario, que fue inevitable, lo hice sin dejar de disparar, también era ineludible
no dejar de hacerlo, disparaba sin bajarme los pantalones. Las heces resbalaban
por mis piernas y se amontonaban encima de mis zapatos con el agua y el fango,
el rifle automático humeaba con el calor y la lluvia.
A mis pies empezó a
formarse un río, era uno más que buscaba el mar.
El mar.
A lo lejos el mar se
hundía justo en el centro de la tierra hundida en sí misma.
La rosa crecía también
bajo la tierra cubierta por el manto de musgo empapado por aquella agua que no
era la suya. Encima el árbol, sus ramas apuntaban al cielo, era un árbol sin
ojos que no me miraba. Los árboles no miran a nadie mientras les crecen las
rosas debajo ni tampoco cuando las hojas le roban la luz a Dios.
La rosa se hundía cada
vez más y yo quería robársela a la cueva y al río que ella buscaba y que nunca
fui yo.
La miré. Tenía los
ojos cerrados como un árbol pero solamente estaba muerta de muerte, de un ansia
asesina que apenas conocía todavía, era demasiado pronto para ella, aun era
temprano. ¿Me amaste?, le pregunté de nuevo, y no me respondió aunque ya no
esperaba ni necesitaba que lo hiciera. Al menos no en aquel momento, no cuando
se mata.
Ya no podía verla.
Se iba precipitadamente, sin agonía, así se murió, estupefacta por morirse y
por morirse deprisa.
La rosa abre
cavernas en su lecho seco.
La rosa entristece
mi deriva viva mientras disparo desde lejos y no puedo ver, porque no soy capaz
de mirar el rostro de los míos, ni a mis vivos ni a mis muertos pues no
distingo los unos de los otros y casi tampoco distingo los míos de los ajenos
excepto porque ambos me matan igual.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada