Trent Parke
Mañana (1 de 3)
Debía de haber hecho el pago el pasado día 29, hoy
estamos a 8, a penas
han pasado 10 días. La deuda no alcanza los 250 euros, pero aunque es una
pequeña cantidad me es imposible hacerla efectiva.
Desde hace cuatro días me llaman cada tarde, y me repiten
las mismas palabras exigiéndome el pago inmediato. Yo les respondo que podré
hacer el correspondiente ingreso o transferencia el próximo día 20, de aquí a
doce días. Ellos me indican que no pueden esperar tanto, que debo regularizar
la situación mañana sin falta. Me dicen también que firmé con ellos un contrato
y que debo cumplirlo. Les respondo que el primer interesado en solucionar esa desagradable
situación soy yo mismo, pero que antes del día 20 me será imposible. Ellos
insisten en que no pueden esperar, y que esta demora en la cancelación me va a
generar intereses y comisiones. Les digo que lo comprendo, pero que hasta que
no llegue el día 20 no podré pagarles; añado que esa información ya se la he
comunicado a los otros compañeros suyos que me han llamado los días pasados. La
persona que está al otro lado del aparato me responde con el mismo tono de voz,
pausado, educado, con esa dulce melodía latinoamericana, que me llamarán cada
día hasta que yo realice el pago. ¿Cada día?, pregunto. Sí señor, me responde
tranquilo, cada día, todos los días de la semana y del año, aunque sea
bisiesto, incluso en Navidad o fin de año. Me callo, no digo nada ni nada respondo.
Mi interlocutor entonces rebobina la cinta como un robot y vuelve a empezar
preguntándome si será posible que yo realice ese pago mañana mismo, que es lo
más conveniente para mí para no generar gastos innecesarios. Le respondo igualmente
como un robot una vez más que no, que no podrá ser hasta el próximo día 20, de
aquí a doce días, él me contesta que no pueden esperar, que debo conseguir el
dinero como sea y pagarles mañana. Les reitero que no puedo conseguir ese
dinero. Por fin me dice que entonces irán llamándome hasta que yo les pague, me
desea que pase y que tenga un buen día, lo hace con esa cantinela y en esa
fórmula educada que usan esos países americanos. Yo le respondo que también le
deseo a él que tenga un buen día.
Y colgamos.
No son unos mafiosos. Esos con los que hablo no son nada
más que una variante contemporánea del esclavo, unos empleados que por poco
dinero defienden los intereses de una gran corporación bancaria mundial con
sede en los Estados Unidos de Norteamérica. Que sean de allí no tiene la más
mínima importancia ni revela tampoco nada especial o singular. Yo soy un
ferviente admirador de los USA y de su cultura política. Ya me he visto en
otras épocas en circunstancias exactas a ésa que he descrito con bancos de
aquí. En este caso, como en muchos más, debemos recurrir a la teoría del bosque
y no a la del árbol. Todos son iguales. Mi experiencia acumulada me sirve para
enfrentar la situación con humor y filosofía británicos, saber trocear y
compartir el disco duro de mi cerebro humano para saborear los momentos escasos
y dulces del día, sin tener que preocuparme o afligirme por un mañana funesto e
ineludible.
Durante esos próximos doce días que faltan para poder
realizar ese maldito pago tengo 16 cortos euros para sobrevivir. Yo creo que
serán suficientes para comer, tengo la despensa bastante surtida y creo que
excepto los yogures y el pan, nada más deberé comprar. Quizás sí alguna manzana
y tal vez un poco de pollo. Poco más, creo. Podré subsistir. En último término
me quedan los amigos a los que puedo pedir que me inviten a cenar algún día en
sus casas a cambio de no importunarles demasiado con esa manera mía de ser,
seca y destemplada, ni tampoco sacando a relucir mi pobre y lamentable
situación económica. Ellos no quieren oír problemas y mucho menos de personas
cercanas y queridas como sus propios amigos, en este caso yo. Es curioso,
puedes escuchar lamentos o descripciones difíciles de penas y tragedias
mientras los protagonistas sean desconocidos, o al menos personas con las que
no te sientes vinculado y por tanto obligado a nada. Un amigo es distinto, con
él nunca sabes si debes ayudarle, de qué manera, con qué y hasta qué punto.
La amistad es una relación ambigua y extraña. La familia
es diferente, en ella no caben dudas. Por esa razón, cuando se es adolescente,
se prefieren los amigos y se dice la tontería esa de que a ellos los eliges y
que, en cambio, la familia te viene impuesta por el azar y la genética.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada