Pasado Mañana (1 de 3)
Pasado mañana se va y me
ha pedido que la acompañe al aeropuerto, que la lleve en mi automóvil y que la
ayude con las maletas.
Le he dicho que sí,
naturalmente. Pero todavía queda mucho tiempo hasta pasado mañana. Todo lo que
resta de hoy, mañana entero, con sus veinticuatro horas incluidas y sus más de
mil minutos, y cerca de diez horas más de pasado mañana hasta que la vea
desaparecer por la puerta de embarque. Su avión sale cinco minutos después del
mediodía. A esta ahora, en el preciso momento en que el aparato se eleve, yo ya
estaré de regreso, instalado de nuevo en mi despacho con mis cosas y mis
próximos mañanas y pasado mañanas. Pero aún faltan muchas horas para eso y es
posible que me desdiga de mi compromiso y ella deba irse sola, en un taxi y
cargar con sus flacos brazos esos fardos de maletas que parecen estar llenas de
oro, pero que no transportan nada más que chismes, ropa, cremas y algún que
otro triste y apolillado recuerdo, fotografías, joyas, libros y cosas así.
Medio regalos, obsequios, objetos sin más, obtenidos en momentos llenos de alegría,
tristeza y emoción, y que uno desea perpetuar y que se conviertan en símbolos,
que alberguen y conserven instantes que solamente vivirán hasta que otros ocupen
su lugar.
Han sido cuatro años
conviviendo juntos y ella afirma convencida que el último ha sobrado, que nos
lo hubiéramos podido ahorrar. Seguramente tiene razón, las cosas son así, pero
yo daría cuatro años más de mi vida por volver a vivir cuatro años más con
ella. Se lo he dicho, tal cual, usando esa hipérbole olímpica del cuatrienio.
Me ha mirado y ha sonreído condescendiente. Sí, lo sé, me ha respondido, sé que
todavía me quieres y me duele. Pero tus sentimientos ya no son asunto mío, no
dependen de mí, ha continuado. Ahora debes enfrentarte a tu recta, y ya sé que
escasa, voluntad. Amarme o no, depende de ti, es tu responsabilidad. No me
mires así, ¿por qué crees que te pido que me acompañes?, me ha preguntado al
final.
Debes venir, ha dicho
señalándome con el dedo, cargar con las maletas, conducir tu automóvil hasta el
aeropuerto, dejarme en la puerta más cercana a los mostradores de mi compañía
aérea. Luego deberás ir a estacionar el coche en uno de esos miles de cubículos
que hay para aparcar. Regresar después andando a por mí, aprovechando las
cintas transportadoras. Buscar una carretilla, cargar en ellas las maletas,
pero sin soltar de tu mano mi portafolio donde tengo mis cosas más importantes.
Ir hasta el mostrador adecuado, hacer para mí el correspondiente embarque, y
toda la facturación, pagar el sobrante de peso y cuando ya estemos listos y sin
bártulos encima, me invitarás a un café. Lo tomaremos sin decir nada pues ya
nada tenemos que decirnos. La conversación que liquidó nuestro compromiso fue
rápida, casi telegráfica, apenas cuatro escasas palabras y un adiós seguido de
nuestros nombres. Somos personas civilizadas, dijo.
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