Hoy (4 de 5)
La rosa se hundía cada vez más
y yo quería robársela a la cueva y al río que ella buscaba y que nunca fui yo.
Alguien gritó algún
insulto y después de él alguien se rió a lo lejos. Empezaron a gritar sin dejar
de disparar y sin evitar que los troncos se partieran y las ramas emprendieran
el vuelo con sus hojas verde oscuras teñidas de agua de lluvia y de un amor
lejano, una ternura nebular, una añoranza infantil con el miedo de nuestra
madre incrustado en sus manos que nos acariciaron cuando todavía no habíamos
nacido.
Unos amenazaban con
matarnos a todos después de cortarnos los pies y las manos. Otros querían
arrancarnos la lengua y las orejas. Y luego había quien también quería
cortarnos los párpados y dar el resto a los cerdos o a los jabalíes y a los
perros salvajes que liberados había por allí. Nosotros respondíamos con otros
insultos y terminábamos todos matando a la familia antes de habernos matado
entre nosotros.
Yo me reía mientras
lloraba al verla muerta a mis pies.
…una añoranza infantil con el
miedo de nuestra madre incrustado en sus manos que nos acariciaron cuando
todavía no habíamos nacido.
Aquellos ocho que
quedaban de los doce de la mañana seguían inmóviles, y echados en el suelo, esperando
que llegara la noche para huir. Allí estaban enfangados y sin pestañear y a
diez metros de ellos su tanque agujereado. A uno de los nuestros se le ocurrió
que había un ángulo ciego desde algún punto y que podía llegar hasta el tanque,
parapetarse y lanzarles alguna granada a esos que estaban allí, quietos. Así lo
hizo, ése y un par más que le acompañaron. Estaban locos o borrachos, no sé, ¿para
qué los querían matar si se estaban quietos? Lanzaron cuatro ganadas, nada más
que cuatro, las conté y no sé si consiguieron matar a alguien, pero un obús les
cayó cerca y huyeron. Al huir uno tropezó, y al caer se rompió la muñeca al
poner las manos en el suelo. Al levantarse le hirieron en la cara, pero logró
regresar con media boca rota y los dientes colgando.
La idea era
cercarnos, llevaban ocho meses así y todavía no lo habían conseguido. Los teníamos
encelados dando la sensación de debilidad, evitando evacuar definitivamente el
pueblo. Eso producía muchas muertes, era un desgaste atroz, pero servía de
algo, creo. Podían estar dos o tres semanas sin disparar una sola bala, para
luego pasarse mes y medio dándonos a entender que se había desatado el apocalipsis encima de nuestras cabezas. No sé por qué hacían eso, quizás nos
querían poner nerviosos, pero yo creo que esa era la señal de que estaban más
locos que nosotros. Era casi como una relación amorosa, tan cansada como
ilusoria. La mejor trampa siempre es uno mismo, cuando te juegas la vida el
otro cree que eres sincero. Nos querían envolver, y nosotros, en su debido
momento, los cercaríamos a ellos. Debíamos llevarlo acabo antes de los próximos
seis meses, no aguantaríamos mucho más de un año dando a entender que estábamos
a punto de sucumbir, pero sin llegar nunca a rendirnos, cada día a punto de
huir como ovejas asustadas, para continuar, en cambio, clavados impertérritos en
el suelo como estacas de palo alto, lengüetas sonoras de palo santo. Casi
parecía amor. Nos estábamos acostumbrando a eso, el uno al otro, buscando al
mismo tiempo la manera de deshacernos el uno del otro, sin conseguir nunca del
todo dejarnos sin oxígeno para respirar. Haciéndonos todo el daño posible sin
matarnos nunca del todo. El amor es casi como la guerra y la guerra es casi como
el amor. Eso es casi como todo.
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