Philip-Lorca diCorcia
15. De cómo la curiosidad
regresa.
Después
de aquella novia que tuve, vino otra, al igual que ella también había
sustituido a una anterior. Así que me olvidé de todo aquel asunto. Pensé
sencillamente que mi amigo había tenido alguna clase de relación amorosa con
esa muchacha, Ángela, y que por algún motivo que yo desconocía, pero que debía
respetar, no había querido contármelo.
Así
fue, hasta…
Hasta
que los acontecimientos se precipitaron de una manera trágica, pero lenta, como
si un alambique destilara gota a gota su rara esencia.
Dos
años después de toda esta historia que acabo de relatar, y en la que yo no
quedo muy bien parado como investigador eficiente y eficaz, Cristina falleció,
murió asesinada en plena calle en una noche lluviosa. Según parece la atracaron
al salir de un cajero automático. Una simple puñalada acabó con su vida pocos
días antes de Navidad. Las cámaras de seguridad no grabaron con claridad al
asesino, apenas se vio una sombra agarrando un bolso y asestando una puñalada.
La policía sólo pudo intuir, me dijo, que seguramente aquella figura en sombras
parecía femenina, de caderas anchas y de baja estatura. Nada más.
En
aquel preciso momento, Daniel estaba con sus dos nuevos socios, trabajando en
la oficina de la nueva empresa que habían abierto cuatro meses antes, Chet Asociados. Lo llamaron del hospital
en plena reunión.
La
policía abrió una investigación. Lo hizo por rutina, pero nada halló digno de
ser tenido en cuenta.
Ya
me había olvidado del automóvil que supuse le seguía, pero cuando asistí al
funeral por la pobre Cristina me lo encontré en el aparcamiento, me acerqué y
miré en su interior. No vi nada destacable. Desde el tanatorio nos dirigimos al
ceme nterio en comitiva y allí lo vi
de nuevo. Lo conducía un hombre y lo acompañaba una mujer, ambos parecían ser de
la familia, al menos saludaban a Daniel y a los demás con naturalidad y afecto,
como si fueran conocidos. En un aparte le pregunté quiénes eran y me respondió
que eran unos primos de Cristina, y que él tenía una agencia de detectives.
Recordé entonces algo que me contó Daniel de cuando tuvo su primer negocio,
algo de un empleado que siempre presentaba la baja y al que investigaron por si
hacía fraude. Le pregunté por ello y me respondió que así fue, que contrató a ese
primo que lo siguió y consiguió demostrar que no mentía, que el pobre hombre
estaba enfermo de verdad.
Daniel
estaba tranquilo, pero quise acompañarlo durante todo el día y la ceremonia,
ayudándole con la gente y la familia. Al llegar la noche nos quedamos solos en
su casa, yo preparé algo de comida y a medio comer se puso a llorar
desconsoladamente. Lo abracé. Cuando se calmó le pregunté, para distraerlo un
poco, por ese detective, que si sabía historias o anécdotas, que siempre son
entretenidas. Me dijo que no tenía ganas de hablar, pero que había vuelto a
contratar sus servicios. ¿Para qué?, le pregunté. Y me respondió que en su
nueva oficina había alguien que robaba lápices, y cosas así. Había empezado con
tonterías sin demasiada importancia, pero que cada vez aumentaba el valor de lo
robado y en un solo día habían desparecido dos portátiles y luego un móvil.
Sospechaban de una de las chicas de la limpieza y me comentó que su primo, el
detective, estaba colocando cámaras escondidas para atraparla.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada