Philip-Lorca diCorcia
16. Daniel se compromete en
matrimonio.
Mi
amigo quedó estigmatizado en su ambiente social. Heredaba la fortuna de su
esposa y eso siempre es feo, está mal visto. Es un hecho al que le falta
dignidad heroica, es una riqueza burocratizada, sin mérito. Yo pienso que
también es envidia, pero nadie puede penetrar en la mente de los demás.
Dos
años más tarde Daniel se casó de nuevo. La nueva esposa se llamaba Ángela.
Sí,
sí, era Ángela Martínez López y era la hija de su ama.
Él
me llamó para cenar y darme la noticia y lo hizo como la cosa más natural del
mundo y lleno de alegría. Me contó la historia de un reencuentro casual con
ella hacía escasos meses y que a raíz de ello se habían ido frecuentando hasta
terminar enamorados el uno del otro.
Me
quedé boquiabierto, no daba crédito a lo que oía.
Todavía
no sé por qué lo hice, no sé si fue un error o todo lo contrario, en aquel
momento no lo pensé, pero no puede contenerme, estallé. El caso es que le
pregunté directamente como si él mismo me lo hubiera contado, o como si yo
dudara o estuviera confundido, o como si mezclara historias diferentes de
personas distintas. Le dije: “Pero oye, Daniel, ¿en aquellos años que cuidaba a
su madre, tu ama, vosotros dos no habíais sido ya amantes?
Se
mantuvo unos instantes en silencio y mirándome fijo.
-¿Amantes?,
¿de dónde demonios sacas eso?, ¿estás loco?, ¿qué dices? -me espetó.
-No
sé, creo recordar que me habías contado algo -le respondí. No estoy seguro -le
dije mirándole a los ojos -pero juraría que sí, que me contaste que os veíais
cada jueves por las tardes en la casa que compraste para su madre y donde ella
también vivía.
Las
pupilas de sus ojos se dilataron y su sonrisa le desapareció del rostro, que
adquirió un tono más rosado.
-Fuiste
tú mismo el que me lo contó, ¿no lo recuerdas?, -terminé por preguntarle con
confianza y naturalidad impostada.
-No,
amigo mío, no recuerdo nada de eso -respondió mirándome sereno y de una manera
que no sabría describir. No puedo haberte contado algo que nunca ha sucedido.
-No
me mires así, le dije. Debo de haberme equivocado.
Me
seguía mirando igual.
-¿Sucede
algo malo? -le pregunté. Ya te he pedido disculpas, me he confundido, soy tu
amigo.
-Eso
espero, me dijo manteniendo la mirada.
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