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dilluns, 25 de juliol del 2016

Ángela/9 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

9.       De cómo fue la infancia de Daniel.

A las cinco, una hora antes de lo habitual, me desperté. Empecé a dar vueltas y más vueltas en la cama, insomne y nervioso y sin saber por qué. Toda aquella hora que faltaba para que el despertador sonase me la pasé incómodo y despierto. Así que cinco minutos antes de las seis me levanté, desconecté el despertador y me fui directo a la ducha.

Allí me vino a la mente uno de aquellos nombres. Ángela Martínez López.

Daniel era hijo de una familia rica de antiguo, igual que su esposa, pero en su caso venida a menos, a mucho menos. Ambos estaban acostumbrados al dinero, a tenerlo sin darse demasiada cuenta que lo tenían, a que formara parte de su vida como lo hacían los trajes elegantes y las cosas bellas que acostumbran a ser siempre las más caras.

El padre de mi amigo falleció en un accidente de automóvil dos meses antes que él naciera.

Al dar a luz su madre lo entregó a una mujer que servía en la casa para que se hiciera cargo, para que se convirtiera en su ama, y ella, la madre, se dedicó a viajar.

Fue un parto fácil, y pasado el par de semanas necesarias de recuperación, se fue a París. Esa era su vida, la vida de la madre de Daniel consistía en eso, estar de viaje, regresaba de cuando en cuando y volvía a irse.

Daniel fue educado y criado por esa ama llamada Ángela y cuyos apellidos nunca supe, así como tampoco si todavía vivía o ya había fallecido. Lo que sí recuerdo fue el cariño y el amor que ambos se profesaban y que Daniel nunca escondió. Creo que Ángela no llegó a cambiar en Daniel la influencia de su estirpe, pero sí logró que tuviera una mirada un tanto diferente sobre lo que son las cosas y las personas. Ese segundo ángulo tan necesario para ver el mundo. También recuerdo la extraña y curiosa animadversión que por ella sintió Cristina, la que luego fue su esposa, nada más conocerla. Daniel me decía que la veía como a una intrusa, no soportaba que una simple sirvienta tuviera ese ascendente en él. Daniel era muy propenso a citarla, “Ángela dice”, “Ángela piensa”, “Ángela cree”, y Cristina no podía soportarlo. “Nunca dices eso de mí”, le replicaba. Y era cierto, Daniel nunca contaba lo que Cristina pensaba, decía o creía.

Según parece y según le parecía a su marido, mi amigo, creía que Cristina veía a una rival en esa mujer, una criada que siempre fue mayor, incluso cuando aún era joven. No una rival sentimental ni mucho menos sexual, pero sí una rival.

Ángela fue la típica doméstica, niñera y cocinera que siempre trabajó en la misma casa, sirviendo a los mismos señores y a los hijos de ellos, sustituyendo incluso a las que eran las verdaderas madres y alimentándolos con su propia leche.


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