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dimarts, 26 de juliol del 2016

Ángela/10 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

10.       Pedazos de la vida de Ángela Martínez López.

Daniel se alimentó de los biberones que Ángela le daba como si fueran su verdadera leche, no pudo ofrecerle la suya al no estar amamantando ningún hijo, pero lo crió como si a Daniel lo hubiera parido ella misma.

Ángela se quedó embarazada de una niña a los 45 años cuando Daniel tenía nueve o diez, nadie supo con quién, en el límite de la edad fértil. Esa hija la envió a vivir con Felicia, su hermana casada, a su pueblo de origen, fuera de la ciudad. Su hija no podía quedarse  y estar en la casa de los señores como hija de Ángela. O la enviaba con un familiar, que es lo que hizo, o tenía que irse ella también y perder el trabajo.

Era una paradoja. Cuidaba de un hijo ajeno y no podía cuidar de una hija propia. O si lo hacía debía de renunciar al primero. No podía ser la madre de los dos, debía elegir.

Eligió a Daniel.

Ángela se jubiló a los sesenta y cinco años justos. Medio la echó la nueva señora de la casa, Cristina, la esposa de Daniel, medio quería irse ya, aunque legalmente tampoco podía seguir trabajando. Ya no era útil como antes.

Los tiempos habían cambiado, pero la hija de Ángela todavía no trabajaba en algo que diera suficiente dinero para las dos y así poder ayudar a su madre, que debía vivir con una pensión mísera.

En aquella época Daniel ganaba dinero y sé que la alojó en un piso que compró para ella. Allí la tenía, corriendo él con todos los gastos que los ínfimos ingresos que Ángela percibía no podían cubrir.

Todas esas cosas las supe por él. Daniel me las contaba y siempre lo hacía embargado por una tristeza extraña. Ángela había sido su verdadera madre, la que lo había querido, cuidado y educado. La madre que estaba a su lado cuando enfermaba, la que lo llevaba a la escuela y la que lo recogía a su salida. La que le daba consejos, la que escuchaba sus penas y la que lo consolaba de ellas. La que hubo de esconderse tras una columna de la iglesia para asistir a su boda, y a la que luego casi hubo de mantener oculta como si en lugar de una madre fuera una delincuente.

Ángela había sido una verdadera madre, pero no formaba parte de su vida, de sus ambientes, de sus círculos de amistades. Ángela estaba sola, su única familia era su hermana y su cuñado que casi no había frecuentado y una hija tenida nadie sabe con quién.

La hermana, Felicia, se hizo suya, como es natural, la hija que le entregó Ángela para cuidarla y educarla con Miguel, su esposo, era normal y lo sigue siendo todavía en muchos lugares. Felicia no podía tener hijos, y ella y su marido Miguel la adoptaron como propia. Eso ha sucedido siempre, en muchas familias sobra gente y en otras falta.

Todo eso lo sé por él, repito, pero a Daniel no le gustaba hablar de ello. No se avergonzaba de Ángela exactamente, la quería, pero no formaba parte de su mundo. Era una contradicción y una paradoja muy peculiar y también dolorosa.

-¿Has puesto el piso a su nombre? -recuerdo que le pregunté cuando la llevó allí.

-No, el piso es mío -me respondió -está a mi nombre, ella solamente vive en él, pero no le cobro nada, no paga ningún alquiler. Todas las facturas se cargan en mi cuenta, yo me ocupo de ellas. Incluso había pensado contratar a alguien para que la ayudara en las tareas domésticas, pero no ha querido, no quiere que otra persona la sirva como criada -eso fue lo que me contó un día.

Piensa, me dijo también después de su quiebra, que gracias a la ayuda de Cristina los bancos no han subastado el piso, gracias a Cristina he conseguido así no perderlo y evitar que la desahuciaran. Ya estaba embargado, pero lo salvé casi en el último minuto.

-¿Por qué no la llevaste en su momento al pueblo donde nació y vive su familia y su propia hija?

-Se lo propuse, pero no quiso, no se lleva del todo bien con su hermana y mucho menos con su cuñado Miguel y no sé por qué.

Desde entonces han pasado veinte años, son muchos y ahora debe de tener ochenta y cinco ya. En alguna ocasión he preguntado por ella, pero las respuestas de Daniel son evasivas, se siente incómodo con ellas y yo, por respeto, he dejado de preguntar.

Pero Ángeles hay muchas, ésa de la guía telefónica no sé si es ella, no recuerdo la calle de ese piso donde la alojó, ni si me lo dijo alguna vez. Ignoro si es el mismo al que ahora acude mi amigo cada jueves de una manera que a mí me parece furtiva. No lo recuerdo o no lo sé. Quizás no me lo dijo o yo nunca se lo pregunté.


Quizás sea ella, tal vez sea Ángeles, su ama y su madre verdadera en último caso. O no, y mi primera impresión sea la correcta y solamente busque sexo de pago en ese burdel que se llama El Paraíso.

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