"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

divendres, 16 de desembre del 2016

Areté (1 de 3)



Areté (1 de 3)


Me llaman Areté y mis ojos parecen haberlo visto todo.

Pero no es así, aunque en mi memoria haya incluso cosas que no han ocurrido apenas he podido distinguir nada en toda mi vida.

Soy una esclava, nací en Siracusa y desconozco quién soy.

Alguna mujer debió de parirme y perderme nada más salir al mundo, desde entonces no hago más que intentar regresar a casa de nuevo, al vientre de donde salí.

Mi piel ya no es la de una joven, mis pechos han caído y mi aliento no huele igual. He logrado, sin embargo, mantener la palma de mis manos lisa, sin grietas, como si fuera el agua helada de los charcos en invierno.

Ahora vivo con Cayo Mario Claudio, un patricio anciano que fue rico y que me pide lo mismo que todos los otros amos me han pedido antes, que lo bañe y lo unte en aceite con mis dedos suaves y mis ojos fríos.

También quiere que le hable en griego, en un mal griego de Siracusa y que le lea los discursos de un tartamudo ateniense.

Dice que parezco una reina, que soy altiva y arrogante y que mi porte transluce el orgullo antiguo de Antígona o de Medea. Eso dice y al decirlo se lo cree porque cuando lo baño lo miro sin sonreír y cuando mi índice penetra en su ano mi otra mano vacía de semen su miembro.

No soy nadie ni nada poseo, casi ni nombre ni pasado tampoco, así que mi dueño, ese Claudio viejo, es lo único que he de esperar y es lo mejor que puedo tener.

Lo que no logro comprender es cómo consigo poseerlo más allá del placer que le entrego, en mis brazos se pierde, se diluye como el hielo entre las manos.

¿Me da él algo parecido?

Necesito creer que nunca me lo ha dado y que me lo doy yo a mi misma estando como estaría con cualquiera, siempre he pensado que los cuerpos son intercambiables y que los nombres no tienen importancia porque se pueden olvidar o confundir. Todo es carne de la misma forma que los hijos que parí fallecieron.

Carne viva y carne muerta, da igual la una como la otra, carne era la que tocaba cuando en habitaciones oscuras recibía a hombres a los que no veía. Para sobrevivir logré que me gustara lo que hacía y ser tratada como a un espíritu, un φντασμα, un ser inexistente que vive fuera de nuestra memoria, la libertad del que no tiene nombre, del que no ha nacido todavía y piensa que aún puede elegir.


Por ello busco en mis fantasías a mis padres y a mis hermanos que no he tenido, a reyes y a esposos que únicamente me visitan en mis sueños, por ello también creo encontrar en los humildes conejos de corral a los hijos que he perdido sin apenas haberme dado cuenta que los he parido.

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