Trent Parke
Mañana (2 de 3)
Hace unos años tuve que mantener en un buen estado
aparente unos viejos y agujereados zapatos, los únicos que me quedaban. Ellos
no impidieron ni tampoco fueron un obstáculo para que medio enamorara a una
peluquera, con ellos también caminé kilómetros por la ciudad para ir a verla
porque no tenía ni un céntimo para el autobús. Ella lo sabía y le hacía gracia
ayudarme, darme de cenar y cortarme gratis las puntas de mi cabello largo. Mi
aspecto era cuidado porque siempre he sabido sacar provecho de la ropa vieja,
que consigo, al ponérmela, que no parezca estar pasada de moda.
Ahora soy alguien afortunado, tengo dos pares de zapatos
sin agujeros y dos pantalones y medio, pues uno sí presenta un espléndido orificio
en la parte de la rodilla, son unos jeans, y les queda bien este desgarro si
cuidas el resto de la indumentaria para no presentar un aspecto desaliñado y
pobre. Tengo también un reciente traje negro que compré expresamente para un
viaje especial, lo he usado pocas veces y está impecable. Una buena corbata de
las muchas que conservo, de seda o de cuero negro, en una simple camisa blanca
dan el pego, hacen el efecto necesario para que los demás te miren con
confianza y algo de respeto. Incluso, si sabes gesticular como lo hacía John
Wayne, exactamente como lo hacía él, puedes sentirte más a gusto contigo mismo.
¿Cómo gesticulaba ese gran actor? Con amplitud, sus gestos
llenaban toda la pantalla, de derecha a izquierda y normalmente de medio arriba
a medio abajo, de las 10 hasta las 4 del reloj, mirándolo de frente. Caminaba
recto, pero ladeaba algo el cuerpo. Siempre fue un hombre corpulento de una
manera natural y sin esfuerzo.
Pero todo esto, ¿a qué viene?, ¿por qué cito a ese actor?
Lo cito y viene a cuento de la famosa película que vi ayer por enésima vez. Ya
no recuerdo todas las ocasiones en las que la he visto, que son muchas. “The Searchers”.
En ella, John Wayne, un sargento de la Confederación
llamado Ethan, dice algo curioso de los indios que siempre me ha llamado la
atención, y que creo cierto no solamente en ellos.
Lo dice en un momento que parece acercarle al fracaso en
su intento reiterado por recuperar a su sobrina, que ha sido secuestrada por
los comanches. En ese asalto criminal han muerto asesinados también el resto de
la familia de su hermano. Vivían en una granja solitaria y demasiado expuesta
al viento y a cualquiera que pasase por allí. Todos muertos y violentados, su
hermano, su cuñada y los otros dos hijos. Solamente logra sobrevivir, el perro.
Ya llevan, él y el muchacho medio mestizo y medio sobrino
suyo que lo acompaña, muchos años así, sin frutos y con escasas pistas que
todavía no les han conducido por el buen sendero. Todo este tiempo deambulando
sin descanso y sin ninguna clase de éxito los desgasta, no son las mismas
personas que partieron; duermen al raso, viven casi al margen de la comunidad
para no conseguir ningún resultado válido por el momento, persiguiendo de una
manera obsesivamente enfermiza a una niña que ya será, sin duda y después de
todos estos años, una mujer comanche. Un fantasma de aquella Debbie que todavía
jugaba con muñecas.
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