Hoy (2 de 5)
Lo soltaban todo, y algunas cosas
más que ni ellos mismos sabían qué era.
No sé todavía si me
amaste, le dije. Le dije eso o algo parecido a alguien, pero cuando quise
decirle eso es cuando el más anciano de todos nosotros empezó a danzar y a tocar
el violín.
Era la música de las
montañas que picudas se plegaron para dejar de ser estepas y llanuras
interminables y planas y que en otra época habían sido incluso viejos lechos de
mares desaparecidos y que ahora solamente eran montañas y valles negros, pozos,
vaguadas, desfiladeros, cañadas, montículos y gargantas estranguladas llenas de
árboles necios.
La rosa estaba
escondida tras aquella montaña presente, bajo un árbol que crecía encima altivo
y solemne. De su lado disparaban recostados unos hombres sobre un manto de
hiedra, sus ropas empapadas. Uno cayó cerca malherido, los míos lo apresaron todavía
vivo y lo acuchillaron y lo tendieron desnudo en lo alto de una roca para que
fuera visto como un saco vacío. Era una bandera. Me alegré. Y me gustó verlo
muerto y castrado. Era incluso una escena bella y ensoñadora. La muerte propia
o ajena es una manera como otra de imaginar.
…de su lado disparaban
recostados unos hombres sobre un manto de hiedra…
…susurré mientras los
veía, mientras los veía susurrar.
Trataron de avanzar
por la derecha parapetándose en un blindado viejo que más parecía un tractor
estropeado que una mole de matar. Querían asustarnos con aquella máquina que
disparaba sin demasiado tino. Si eso tienen, pensé, es que les faltan
cinturones para sujetarse los pantalones y lazos o cordeles para atarse los
zapatos, deben ir descalzos o con alpargatas como ése que acabamos de matar y
castrar. Todavía tiene los testículos en la boca, diez metros más y lo verán
crucificado en la roca. En realidad vienen a por él, quieren rescatarlo de esa piedra
de la que cuelga. A nosotros nos faltan tanques pero nos cubre más barro que a
ellos y tenemos mejor ojo y más modernos rifles. Con sólo dos disparos matamos
a dos que iban delante. El carro siguió avanzando. Otro disparo más y cayó el
tercero de aquella docena que venían a rescatar a su compañero, los nueve que
quedaban se pararon en seco y se echaron al suelo, la máquina seguía imperturbable
y directa hacia dónde nos encontrábamos medio escondidos y hundidos en la
tierra. Uno de ellos al echarse al suelo rebotó en una piedra, debió de golpearse
y asomó el cuerpo con su cabeza. A ése lo maté yo desde unos sesenta metros. El
blindado se paró, chirrió y sacó humo por sus juntas, se postró medio metro en
un hoyo lleno de lluvia, piedras y algo de carne de un cadáver suyo o nuestro.
Le disparamos una granada antitanque que le dio en plena barriga, se abrió la
escotilla por la presión desde dentro, pero no salió nadie, solamente una
humareda negra y algún quejido. Los ocho que quedaban no se movieron ni
nosotros nos acercamos, ni siquiera cuando la lluvia arreció, no se veía nada a
dos palmos, pero nadie se movió, ellos estaban en nuestra tierra de nadie y a
nosotros nos seguía cayendo encima todo el granizo de la creación.
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