Blow-up - Antonioni
Ayer (3 de 4)
Solamente quedaba
firmar eso que parecía ser un divorcio de mutuo acuerdo en el Juzgado
correspondiente.
Concretamos el día y
la hora.
Cuando nos separamos
me fui a vivir a otra ciudad. Le dije, por decirle algo, que había encontrado
un trabajo mejor, que allí me pagaban más. Pero me fui porque quería volver, ir
o venir, no sé. El caso es que ahora debía regresar para firmar esos papeles,
parecía lógico que el divorcio lo tramitara un juzgado donde se había hallado
la vivienda familiar, eso que todos llaman hogar.
Me gustó el hecho en
sí de regresar. Psicológica y poéticamente daba sentido al acto.
Regresaba para irme
firmando un divorcio.
Rompía un contrato y
al hacerlo me iba y al irme regresaba.
Tomé un avión, me
fui a un hotel y al entrar lo vi.
Sabía que estaría
allí esperándome, era el hombre que ella había contratado para matarme.
Sentado y casi
hundido en un enorme sofá, aquel tipo intentaba disimular su condición de
asesino sin demasiado éxito.
En realidad era un
asesino de pacotilla, era un viejo amigo mío de cuando estuve en el ejército. Esa
clase de amistades siempre las mantengo separadas de mis otras clases de
amistades. Pocos de mis amigos se conocen entre sí, no saben los unos de los
otros. Mis conocidos no se encuentran con otros de mis conocidos, no hay que
mezclar vidas y sensibilidades diferentes, la calle no es ninguna cocina.
Naturalmente mi
esposa nunca supo de su existencia hasta que yo quise. Necesitaba matarme y sin
ella saberlo le puse delante al hombre adecuado. Al menos el hombre que debía
aparentar ser el adecuado. Y lo fue.
¿Por qué mi esposa
deseaba mi muerte?
Cuentan que se mata
porque sí, por rencor, envidia o por codicia. Se mata también por ideas, dicen.
Y se mata por miedo.
El rencor se
personaliza en alguien, necesita un rostro. Aunque no siempre, puede ser algo
abstracto como el rencor a Dios.
La codicia es
abstracta también, no tiene forma, siempre termina siendo un pretexto que en
algunos casos da lugar a ideas peregrinas de venganza disfrazada de justicia,
de daño reparado, de compensación por el dolor sufrido.
La combinación de todo,
rencor y codicia, da lugar al miedo, el miedo a uno mismo que es el que en
realidad siempre aprieta el gatillo. El asesino es el reptil que llevamos
incrustado en el cerebro.
Él es el miedo y el
otro, como dicen los que no creen en nada, es el infierno.
El miedo es un Dimetrodon
Esfenacodonto, o algo parecido y yo era su infierno, o algo parecido.
¿Ése era su
caso?
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada