25 Enero 2010
El fuego y el azar, el vaso, la jarra y unos ajos para blanquear de iridiscencias lechosas el agua.
¿Ha estado
usted en África?
Me estaba
tomando un café con un vaso de agua en uno de los bares del intercambiador de
autocares de Zaragoza, aprovechando una muy corta parada que realizaba el que me
llevaba a Madrid desde Barcelona. El edificio era el mismo de la estación del
AVE, el tren de alta velocidad que unía las dos ciudades. Sentado en una
pequeña mesa releía El africano de Le
Clézio cuando una mujer se me acercó, y, sin ninguna clase de preámbulo, me
preguntó si conocía el continente africano. Le respondí que de África solamente
conocía Egipto y le pregunté a mi vez si ella había estado allí.
¿Y usted?,
¿conoce África?
Me respondió
que no, pero que deseaba y esperaba hacerlo pronto, que estaba ahorrando para
el viaje.
Me callé y la
miré, y mientras ella también me miraba caí de pronto en la cuenta que el
autocar que debía llevarme a Madrid había partido ya con mi pequeña maleta en
su vientre, y yo me había quedado en tierra.
Pasamos la noche
juntos, hospedados y acostados en la cama de una pensión sencilla del barrio
del Pilar, y hablamos del África que no conocíamos ninguno de los dos.
A la mañana
siguiente leí en un periódico que el autocar que perdí había sufrido un
accidente, y que la mayoría de sus pasajeros habían fallecido carbonizados.
Ella se había
marchado pronto y sin despedirse, cuando desperté no hallé a nadie al otro lado
de la cama.
Compré un
nuevo billete y al cabo de unas horas llegué a Madrid sin mi maleta. No traté de
recuperarla, supuse que debía de haberse calcinado junto con todo lo demás.
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