Fusco (y 6)
Sexta se pega a mí como una babosa, con las
piernas abiertas y encogidas me atrapa en su seno, su sexo es una boca sin
dientes, algo debe de tener roto por dentro porque no logra quedar embarazada;
es una oquedad que atraviesa una montaña, no hay nada al otro lado, tan
profunda y natural como un pozo, es igual que la más simple de las mujeres que
también quiere un nido aunque no sepa volar, odia y ama, como afirma
Gayo Valerio Cátulo en uno de sus poemas, ¿cuántos besos le son bastantes?,
se pregunta, tantos como granos tienen las playas de Libia, se responde
a sí mismo, tantos como estrellas contemplan las noches los furtivos amores
de los hombres...
Siempre muda, siendo igual se transforma,
silenciosa, callada, estática, paralizada desde el principio se arrastra lenta
como un conejo asustado y me susurra su calma y su miedo como si yo fuera un
caballo al que hay que domesticar, un asno de orejas largas y falo desmesurado,
pero no es así, no soy eso ni mi pene mide más que la palma de mi mano abierta.
La ceremonia nupcial ha sido sencilla y
estrictamente privada, hemos aceptado los bienes que Prócula aporta a través de
su hermano como dote. Mi padre ha testado a mi favor y yo al de mis sobrinos.
Ese ha sido el trato.
Uno de los hombres que maté, y que habían
ocupado la casa de la ya mi esposa, era un facineroso, un bandido, hijo del
acreedor principal de Cneo, el hermano de Prócula. Ya veo llegar a los esbirros
que enviará para vengarse. Los matones que me cortarán el cuello están
esperándome en la próxima esquina y aunque sabré defenderme no tendrán piedad
de mí como yo tampoco la tuve de ellos.
Ya soy un hombre muerto, lo soy desde hace
tiempo. Estamos a primeros de junio y extrañamente ha refrescado, las noches no
son lo claras que deberían, está lloviendo como si volaran gorriones, entre sus
alas pétalos, nubes y el agua de los ríos de la luna que sin saberlo regará
esos jardines llenos de nada y de cerezos.
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