Fusco (3 de 6)
Los acreedores de Cneo se han enterado del
trato y del matrimonio inminente, y según parece han querido aumentar de mala
manera y con extorsión el importe de la deuda instalándose diez matones de
ellos en casa de Prócula y Cneo como si fueran sus dueños o los pretendientes
de Penélope. Yo no soy Odiseo pero no me ha costado demasiado matar a cinco,
herir a tres y ahuyentar a los otros dos que como conejos se me han escapado.
Mi padre me ha mandado que limpiara la casa de extraños chantajistas y así lo
he hecho, soy un soldado y sé luchar. En la refriega me he encontrado de nuevo
con Prócula a la que hacía años no veía. Se ha puesto un poco nerviosa y
sofocada al verme y contemplar la refriega y los muertos esparcidos por el
suelo de sus limpias estancias. Me he presentado con la más absoluta
naturalidad, como si no sucediera nada extraño, y con la espada ensangrentada
en la mano y un muerto a mis pies le he dado el pésame por la muerte de su
hija, la que debía de haber sido mi esposa.
Era un niño cuando la conocí, y ya se había
casado con un hombre mucho mayor, nos llevamos quince años y, como he dicho, no
recordaba casi nada de ella, ni sus formas ni sus ojos, ni su voz siquiera.
Tiene un buen aspecto aunque sus aceites y peinados no pueden ocultar sus
cincuenta años, no es ningún obstáculo para mí, al menos todavía no y mucho más
sabiendo que nuestro casamiento será, como lo son todos, un buen o mal negocio aunque
haya mujeres y hombres que se hacen falsas ilusiones. Piensa, me ha dicho ella,
que sólo una mujer de mis años puede darte lo que ninguna joven te dará. ¿Y que
puedo ofrecerte yo que no consigues de tus esclavos?, le he preguntado a mi
vez. Tú sabes matar, ellos no, ya has visto que se asustan y lloran más que
unas plañideras, me ha respondido como si le faltara el aliento. Era verdad,
como gallinas asustadas se habían escondido al ver llegar a los acreedores de
Cneo gritando, vociferando y blandiendo palos y cuchillos.
No sé porqué hemos hablado de manera
indirecta de Eros cuando habríamos de haberlo hecho claramente de Plutón, quizás
ha sido por una predisposición natural a las convenciones que impelen a los que
van a casarse a compartir la cama y a fornicar en ella como si fueran unos
desconocidos, esta es la gracia, no haberse visto nunca antes y no verse más
después.
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