Areté (1 de 3)
Me llaman Areté y mis ojos
parecen haberlo visto todo.
Pero no es así, aunque en mi
memoria haya incluso cosas que no han ocurrido apenas he podido distinguir nada
en toda mi vida.
Soy una esclava, nací en
Siracusa y desconozco quién soy.
Alguna mujer debió de parirme
y perderme nada más salir al mundo, desde entonces no hago más que intentar
regresar a casa de nuevo, al vientre de donde salí.
Mi piel ya no es la de una
joven, mis pechos han caído y mi aliento no huele igual. He logrado, sin embargo,
mantener la palma de mis manos lisa, sin grietas, como si fuera el agua helada
de los charcos en invierno.
Ahora vivo con Cayo Mario
Claudio, un patricio anciano que fue rico y que me pide lo mismo que todos los
otros amos me han pedido antes, que lo bañe y lo unte en aceite con mis dedos
suaves y mis ojos fríos.
También quiere que le hable
en griego, en un mal griego de Siracusa y que le lea los discursos de un
tartamudo ateniense.
Dice que parezco una reina,
que soy altiva y arrogante y que mi porte transluce el orgullo antiguo de
Antígona o de Medea. Eso dice y al decirlo se lo cree porque cuando lo baño lo miro
sin sonreír y cuando mi índice penetra en su ano mi otra mano vacía de semen su
miembro.
No soy nadie ni nada poseo,
casi ni nombre ni pasado tampoco, así que mi dueño, ese Claudio viejo, es lo
único que he de esperar y es lo mejor que puedo tener.
Lo que no logro comprender es
cómo consigo poseerlo más allá del placer que le entrego, en mis brazos se
pierde, se diluye como el hielo entre las manos.
¿Me da él algo parecido?
Necesito creer que nunca me
lo ha dado y que me lo doy yo a mi misma estando como estaría con cualquiera, siempre
he pensado que los cuerpos son intercambiables y que los nombres no tienen
importancia porque se pueden olvidar o confundir. Todo es carne de la misma
forma que los hijos que parí fallecieron.
Carne viva y carne muerta, da
igual la una como la otra, carne era la que tocaba cuando en habitaciones
oscuras recibía a hombres a los que no veía. Para sobrevivir logré que me
gustara lo que hacía y ser tratada como a un espíritu, un φάντασμα,
un ser inexistente que vive fuera de nuestra memoria, la libertad del que no
tiene nombre, del que no ha nacido todavía y piensa que aún puede elegir.
Por ello busco en mis
fantasías a mis padres y a mis hermanos que no he tenido, a reyes y a esposos
que únicamente me visitan en mis sueños, por ello también creo encontrar en los
humildes conejos de corral a los hijos que he perdido sin apenas haberme dado
cuenta que los he parido.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada