22 abril 2006
El pelleter assassí
Anòfeles Bofarull Malull va ser
decapitat a la França de la postguerra al trobar-se entre les seves pertinences
i entre altres coses estranyes una magnífica jaqueta de pell humana.
Tot i que en el judici només es
va provar l'ús i usdefruit d'aquesta meravella de la pelleteria se’l va
declarar culpable i se'l va condemnar a mort.
Mai es va poder saber ni
l'origen de les pells ni l'artesà que les va confeccionar. Però al pobre Anòfeles
li van tallar el cap els civilitzats francesos al descobrir la seva
passió per la moda rara.
La jaqueta de pell
humana que el va incriminar està oficialment podrint-se en els magatzems dels jutjats de París
embolicada en papers de diari i plàstics bruts. Tot i que les males llengües
sospiten que un jutge pertanyent a una ordre secreta la va robar o la va
rescatar, la va conservar amb zel i amor i la fa servir només en privat, en
solitari o entre els seus amics més íntims i fidels i també en rituals secrets i
misteriosos.
Durant molt de temps es va
investigar als pelleters buscant entre ells l'autor d'aquella obra que sense
exagerar podem qualificar de mestra per la seva estranya perfecció i
singularitat. Ningú mai va trobar cap rastre, ni senyal, només un cert aire de
superioritat moral i una dissimulada admiració professional que no feia més que
augmentar la sospita de complicitat gremial i de omertá temorosa.
Nosaltres, tot i que també
pelleters, no tenim por a la llei del silenci potser perquè res sabem o
perquè res volem dir. En qualsevol dels dos casos som culpables, d'aquest dos i de molts altres pecats, però de quins exactament?, de coses que no formen part d'aquest món.
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22 de abril de 2006
El peletero asesino
Anófeles Bofarull Marull fue decapitado en la Francia de la posguerra al encontrarse entre sus pertenencias y entre otras cosas extrañas una magnífica chaqueta de piel humana.
Aunque en el juicio sólo se probó el uso y usufructo de esta maravilla de la peletería se le declaró culpable y se le condenó a muerte.
Nunca se pudo saber ni el origen de las pieles ni el artesano que las confeccionó. Pero al pobre Anófeles le cortaron la cabeza los civilizados franceses al descubrir su pasión por la moda rara.
La chaqueta de piel humana que lo incriminó está oficialmente pudriéndose en los almacenes de los juzgados de París envuelta en papeles de periódico y plásticos sucios. Aunque las malas lenguas sospechan que un juez perteneciente a una orden secreta la robó o la rescató, la conservó con celo y amor y la utiliza sólo en privado, en solitario o entre sus amigos más íntimos y fieles y también en rituales secretos y misteriosos.
Durante mucho tiempo se investigó a los peleteros buscando entre ellos al autor de aquella obra que sin exagerar podemos calificar de maestra por su extraña perfección y singularidad. Nadie nunca encontró ningún rastro, ni señal, sólo un cierto aire de superioridad moral y una disimulada admiración profesional que no hacía más que aumentar la sospecha de complicidad gremial y de omertá temerosa.
Nosotros, aunque también peleteros, no tenemos miedo a la ley del silencio quizás porque nada sabemos o porque nada queremos decir. En cualquiera de los dos casos somos culpables, de esos dos y de muchos otros pecados, ¿pero de cuáles exactamente?, de cosas que no forman parte de este mundo.
Aunque en el juicio sólo se probó el uso y usufructo de esta maravilla de la peletería se le declaró culpable y se le condenó a muerte.
Nunca se pudo saber ni el origen de las pieles ni el artesano que las confeccionó. Pero al pobre Anófeles le cortaron la cabeza los civilizados franceses al descubrir su pasión por la moda rara.
La chaqueta de piel humana que lo incriminó está oficialmente pudriéndose en los almacenes de los juzgados de París envuelta en papeles de periódico y plásticos sucios. Aunque las malas lenguas sospechan que un juez perteneciente a una orden secreta la robó o la rescató, la conservó con celo y amor y la utiliza sólo en privado, en solitario o entre sus amigos más íntimos y fieles y también en rituales secretos y misteriosos.
Durante mucho tiempo se investigó a los peleteros buscando entre ellos al autor de aquella obra que sin exagerar podemos calificar de maestra por su extraña perfección y singularidad. Nadie nunca encontró ningún rastro, ni señal, sólo un cierto aire de superioridad moral y una disimulada admiración profesional que no hacía más que aumentar la sospecha de complicidad gremial y de omertá temerosa.
Nosotros, aunque también peleteros, no tenemos miedo a la ley del silencio quizás porque nada sabemos o porque nada queremos decir. En cualquiera de los dos casos somos culpables, de esos dos y de muchos otros pecados, ¿pero de cuáles exactamente?, de cosas que no forman parte de este mundo.
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