"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dissabte, 30 de juliol del 2016

Ángela/14 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

14.       De cómo el amor te hace perder la curiosidad.

Daniel me mentía y yo no sabía por qué. Podía haberle confesado que lo veía cada jueves llegar puntual a las 14,30 al portal donde vivía Ángela, la hija sin padre de otra Ángela, y no irse hasta las ocho de la noche. Yo ya me inclinaba por pensar que era amante de la hija de su ama, esa nueva Ángela, aunque no tenía más datos que los que he relatado, ésa era una posibilidad que yo y que muchos hubieran pensado. Pero… al fin y al cabo no era ése un asunto de mi incumbencia.

Lo habría sido si hubiera tenido los medios y el tiempo suficiente para averiguar ese “porqué”.

En aquel tiempo el trabajo me absorbía, aunque, dicha sea la verdad, mucho menos que una nueva novia que me había salido y que ocupaba todas las horas que ella me mantenía despierto y que eran casi todas.

Las novias o los amores copan demasiado tiempo y te impiden desarrollar una vida de persona civilizada y mundana. Cuando se está enamorado la curiosidad sobre las cosas disminuye, y tu atención queda patológicamente concentrada en un único interés, casi como si fueras una víctima del Síndrome de Savant, te conviertes en un superdotado en una sola cosa, y una nulidad en todo lo demás. Así que descansé por un tiempo del secreto de Daniel, y la curiosidad que sentía por desentrañarlo quedó aplazada y postergada para una mejor ocasión. Mi atención se concentró en mi nueva novia y sus habilidades en la cama.   

Daniel y yo nos seguíamos viendo, y un día, hablando de inmuebles, inversiones y cosas así, le pregunté por Ángela, su ama. Lo hice a media voz, para que no me oyera Cristina, su esposa, un día que me invitaron a cenar con ellos.

Me dijo que había fallecido, que más tarde, cuando estuviéramos solos, me lo contaría con detalle.

Murió de un derrame cerebral al poco tiempo de nuestra conversación. Me enfadé con él por no habérmelo comunicado. Soy tu amigo, le dije, ¿por qué no me lo hiciste saber?

-No quería molestarte -fue su respuesta.

-¿Y la hija, la otra Ángela?

-Tardó un poco -me respondió -pero al final encontró trabajo en una empresa de limpieza de oficinas. Se fue a vivir a una habitación alquilada de una pensión y el piso lo vendí, me respondió escuetamente.

divendres, 29 de juliol del 2016

Ángela/13 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

13.       Un recuerdo huido que regresa.

Hay cosas que vives o te cuentan y que rápidamente huyen de ti como lo haría un preso de la cárcel, parecen tenerte miedo cuando en realidad se van porque no las necesitas para vivir.

Así es hasta que observas asombrado que el presente en el que te hallas está lleno de agujeros como un prado habitado por topos o por esos animales tan simpáticos que llaman “perros de las llanuras” norteamericanas.

Ahora, sin proponérmelo, he recordado a Daniel en una habitación de hospital, recién operado de apendicitis. En aquella época ambos teníamos 25, o quizás ya 26 años.

Era una tarde de domingo de principios de otoño y la habitación estaba llena de amigos y de algún que otro familiar. Las enfermeras no hacían más que reprendernos por el bullicio que armábamos. Entre ellos estaba yo, y también Cristina, su eterna novia y la que terminaría siendo su esposa. Casi todos éramos jóvenes.

Las visitas se fueron marchando y nos quedamos los tres solos medio cansados y medio dormidos y Daniel pidiéndonos un cigarrillo que no le dimos. Alguien llamó a la puerta y vimos entrar a una mujer. Era Ángela, yo la conocía de haberla visto en casa de Daniel; venía acompañada de una joven, pequeña, guapa y morena y a la que no pude ver bien, su larga caballera ocultaba su rostro, parecía muy tímida. Apenas se asomaron por la puerta Cristina se levantó y salió asiéndome de la mano y tirando de ella. No llegué casi a saludarlas, apenas balbuceé un “hola”.

Cristina estaba incómoda y molesta y no sé qué me dijo que durante los dos últimos veranos Daniel había pasado unos días en casa de Felicia, la hermana de Ángela, con ella y en el pueblo de donde era hija. Me contó que había ido a primeros de setiembre, durante las fiestas y que había regresado raro. Le pregunté a qué se refería con eso de raro. No recuerdo muy bien cuál fue su respuesta, cuando alguien califica a algo de raro es que normalmente no sabe encontrar una palabra mejor ni sabe describir correctamente lo que ve.

-Ha vuelto cambiado -me repitió Cristina -durante unos días ha estado ensimismado, sin prestar atención a las cosas. Allí ha habido algo que lo ha agitado por dentro.

-¿Qué crees que es? -le pregunté.

-No lo sé con seguridad, pero el hecho en sí de tener un ama no es muy normal. A mí no me gusta Ángela -decía Cristina. Incluso afirmaba también que aquella no era su gente.

-¿Por qué no te gusta esa mujer?, ¿tienes celos de ella o de otra?

-Cree que es la madre de Daniel, cuando casi no se ha preocupado por su propia hija. ¿Te has fijado que nunca habla? -me preguntó.

-¿Quién?, ¿Ángela?

-No, la hija, esa niña que la acompaña es su hija, esa que tuvo no se sabe con quién.


Esa joven tenía que ser la hija de Ángela, eso afirmaba Cristina. Una niña de 16 ó 17 años. Podía ser otra, pero lo más probable es que estuviera en lo cierto y fuera ella. No la recuerdo bien, casi no vi su cara. Esos hechos los había olvidado, nunca habían tenido un significado especial para mí hasta ahora. Pero era evidente que Daniel conocía a la hija de Ángela, la conocía y se conocían de antiguo, había ido algunos veranos a pasar unos días con su ama en casa de su hermana que debían de haberse reconciliado. Quizás influyo el accidente de Miguel con un tractor y que quedara postrado en cama. Allí debió de conocerla. Nunca me había contado nada de eso. Según cómo se mire eran también hermanos.

dijous, 28 de juliol del 2016

Ángela/12 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

12.       La hija de Ángela Martínez López

Tuve suerte y Cristina terminó de leer el libro pronto, así que Daniel me llamó para quedar y prestármelo. Cuando nos vimos traté de llevar la conversación donde deseaba. Le hable de mis padres, que ya estaban muy mayores y cuya situación me preocupaba. Me interesé por su madre, que todavía seguía viva viajando, y, por supuesto, también por Ángela. ¿Qué es de ella?, le pregunté.

Me respondió que estaba enferma, que padecía demencia senil, que ya no reconocía a nadie, que incluso se había vuelto agresiva, violenta y mal hablada cuando antes nunca lo había sido. Hacía seis meses que la había ingresado en una residencia para ancianos, sedada y medio convertida en un vegetal. Cada día eran más las horas que permanecía en cama, no andaba y ya era absolutamente dependiente. No era capaz ni de comer por sí sola.

-¿Qué hiciste con el piso donde ella vivía?, le pregunté. ¿Está vacío?, ¿lo vendiste?

-No, allí vive ahora su hija.

-¿No estaba casada esa chica?

-Sí, se casó. Y al poco tiempo los dos perdieron el empleo que tenían. Ya sabes, trabajos muy precarios, ella hacía de muchacha de la limpieza y su marido de peón en la construcción. Su madre me llamó para pedirme si los podía alojar en la casa. Se habían quedado sin la suya en la ciudad al no poder pagar la hipoteca. Le respondí que sí, que naturalmente. Los dos se instalaron con Ángela. A mí no me pareció mal, además, esa era una manera de no tenerla sola.

-¿Y qué pasó?

-Bueno, a los pocos meses se separó el matrimonio. Él se fue y se quedaron madre e hija, las dos juntas y solas en aquel piso.

-¿El padre apareció alguna vez?, ¿supisteis quién fue?

-No, nunca lo supimos. Oficialmente siempre constó como hija de madre soltera.

-Así debía de llevar los apellidos de su madre.

-Sí, y además se llamaba como ella, igual, Ángela.

-El apellido era Martínez, ¿verdad?, -le pregunté aparentando ignorancia.

-Sí, Martínez López.

-¿Por qué le puso el mismo nombre?, ¿por qué hace eso la gente? ¿Creen que el nombre hace a la persona?

-Quieren pensar que el hijo o la hija no cometerá sus mismos errores. Es una manera extraña de darse una nueva oportunidad a través de otra persona, y para eso nadie mejor que un hijo.

-Yo nunca le pondría mi nombre a mi hijo

-Yo tampoco, pero ni tú ni yo tenemos hijos.

-Para ti debió de ser una buena solución, ¿no? La hija cuidaba de la madre.

-Así fue. Incluso le pagué un sueldo. Lo hice para dignificar la ayuda que les prestaba. Mi ama Ángela era de mi responsabilidad, pero su hija no. Creo que fue la mejor solución para tenerla atendida y cuidada. Hasta que ya ha sido imposible y me he visto obligado a ingresarla en una residencia.

-Claro -le respondí. -Y en el piso vive ahora sola la hija, ¿no? ¿Vas a menudo por allí? -le pregunté con la mejor cara que supe poner de inocencia.

No, hace meses que no voy, hay días que la llamo por teléfono, nada más.

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¿Por qué me mentía?

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-¿Y qué harás con ella?, ¿se quedará a vivir allí?

Le he dicho que se busque trabajo, que su función en esa casa ha terminado ya. Su madre no regresará, morirá más pronto que tarde. Yo no le doy prisa, pero ya se lo he dicho con claridad. Debe encontrar trabajo y también algún sitio para vivir.

-¿Y tú no la puedes ayudar a encontrar ese empleo? -insinué.

-Bastante trabajo tengo en encontrar uno para mí -me respondió algo inquieto -Piensa que también, y de momento, todo eso se financia con el dinero de Cristina, gracias a ella he podido pagar la residencia y demás gastos. Ella no lo sabe, pero lo distraigo de la asignación que me da que es bastante alta.

-Pero son dos niveles profesionales distintos el tuyo y el de ella, no tiene nada que ver una cosa con la otra.

-Lo que yo creo es que durante estos últimos años la hija se ha conformado a una vida relativamente cómoda y fácil, la de cuidar a su madre sin que nadie le diera órdenes. Si quiere encontrará trabajo fácilmente. A propósito, ¿cómo va el tuyo?, me preguntó, cambiando sutilmente de tema.

-¿Cristina no sabe que Ángela está en una residencia?

-No.

-Pero Cristina no es tonta.

-No, tampoco lo es.

-¿Entonces?

-A mi no me ha dicho nada, es decir, da igual que lo sepa como que lo ignore.

dimecres, 27 de juliol del 2016

Ángela/11 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip Lorca diCorcia

11.       De cómo llegué a las puertas de El Paraíso.

Todo eso, debo repetirlo, no era asunto mío, pero creía que cumplía con alguna clase de deber o responsabilidad si averiguaba algo. Tal vez mi amigo estaba metido en algún problema grave y yo debía advertirle. O eso quise pensar que era para, en realidad, disfrazar así mi mera curiosidad.

Una tarde, antes de que él llegara, y antes que apareciera el automóvil que lo seguía, llamé al prostíbulo desde el portero automático que había afuera, en la calle, y pedí que me abrieran. Antes de subir miré los nombres que había en los buzones para las cartas. En uno de ellos estaba escrito el de Ángela Martínez López, era la puerta A del cuarto piso.

El Paraíso estaba en el entresuelo y aunque la casa tenía ascensor subí a pie. Eran pocos escalones. Al llegar al rellano de ese edén, en la puerta A también, la que se hallaba a la derecha, vi que había una morena imponente esperándome con una sonrisa de oreja a oreja. No me fijé bien, pero creo que no iba muy vestida, quiero decir que llevaba poca ropa.

Me disculpé, le dije que me había equivocado de botón al llamar al timbre, que iba al segundo. Me respondió en tono cariñoso no sé qué de “claro, mi amor” y que si me había equivocado podía enmendar el error fácilmente, y que si subía al segundo piso luego debería bajar, que el suyo era un paraíso al que se llegaba también bajando y que ella me estaría esperando, o algo parecido. La chica parecía tener vocación de poeta. Le agradecí su buena predisposición y le respondí con la mejor de mis sonrisas que tal vez otro día.

Subí hasta el segundo, a medio camino del entresuelo donde se hallaba El Paraíso y del cuarto A, donde vivía Ángela Martínez. Allí me quedé, amparado en una sombra y medio asomado a la escalera, procurando ver desde arriba quién entraba en el burdel. Estuve un buen rato, había llegado demasiado pronto. Me sentí como un tonto y pensé que seguramente estaría mucho mejor en brazos de esa morena. En eso estaba dándole vueltas cuando oí abrirse la puerta de la calle. Alguien entró, no pude ver quién era, pero era la hora exacta, la hora a la que siempre llegaba Daniel. Llamaron al ascensor, que bajó. Al llegar a la planta baja abrieron sus puertas y alguien entró en él. El ascensor subió y se paró en el cuarto piso, dos plantas más arriba de donde yo estaba. No sé si era Daniel, pero debía de ser él, era lo más probable. Entre una cosa y otra estuve casi media hora vigilando y rezando para que nadie me viera allí, escondido y casi embozado y pensara que era un ladrón. Durante todo este tiempo solamente llegaron dos clientes al burdel que no eran Daniel, a esos sí los pude ver lo suficiente y no eran él, no vestían como él.

La persona que subió al cuarto piso llamó a una de las dos puertas, mi oído es bueno y juraría que también era la de la derecha, la A. Alguien abrió desde dentro y creí oír también un “hola”, la voz parecía femenina y la respuesta, otro “hola”, de un hombre, pero desde el lugar que ocupaba no podía ver quién era el que abría y quién el que entraba.


Ése que había subido tenía que ser un hombre y tenía que ser Daniel, era jueves y era la hora exacta, las 14,30. Y la tal Ángela Martínez López tenía que ser su ama, no podía ser otra.

dimarts, 26 de juliol del 2016

Ángela/10 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

10.       Pedazos de la vida de Ángela Martínez López.

Daniel se alimentó de los biberones que Ángela le daba como si fueran su verdadera leche, no pudo ofrecerle la suya al no estar amamantando ningún hijo, pero lo crió como si a Daniel lo hubiera parido ella misma.

Ángela se quedó embarazada de una niña a los 45 años cuando Daniel tenía nueve o diez, nadie supo con quién, en el límite de la edad fértil. Esa hija la envió a vivir con Felicia, su hermana casada, a su pueblo de origen, fuera de la ciudad. Su hija no podía quedarse  y estar en la casa de los señores como hija de Ángela. O la enviaba con un familiar, que es lo que hizo, o tenía que irse ella también y perder el trabajo.

Era una paradoja. Cuidaba de un hijo ajeno y no podía cuidar de una hija propia. O si lo hacía debía de renunciar al primero. No podía ser la madre de los dos, debía elegir.

Eligió a Daniel.

Ángela se jubiló a los sesenta y cinco años justos. Medio la echó la nueva señora de la casa, Cristina, la esposa de Daniel, medio quería irse ya, aunque legalmente tampoco podía seguir trabajando. Ya no era útil como antes.

Los tiempos habían cambiado, pero la hija de Ángela todavía no trabajaba en algo que diera suficiente dinero para las dos y así poder ayudar a su madre, que debía vivir con una pensión mísera.

En aquella época Daniel ganaba dinero y sé que la alojó en un piso que compró para ella. Allí la tenía, corriendo él con todos los gastos que los ínfimos ingresos que Ángela percibía no podían cubrir.

Todas esas cosas las supe por él. Daniel me las contaba y siempre lo hacía embargado por una tristeza extraña. Ángela había sido su verdadera madre, la que lo había querido, cuidado y educado. La madre que estaba a su lado cuando enfermaba, la que lo llevaba a la escuela y la que lo recogía a su salida. La que le daba consejos, la que escuchaba sus penas y la que lo consolaba de ellas. La que hubo de esconderse tras una columna de la iglesia para asistir a su boda, y a la que luego casi hubo de mantener oculta como si en lugar de una madre fuera una delincuente.

Ángela había sido una verdadera madre, pero no formaba parte de su vida, de sus ambientes, de sus círculos de amistades. Ángela estaba sola, su única familia era su hermana y su cuñado que casi no había frecuentado y una hija tenida nadie sabe con quién.

La hermana, Felicia, se hizo suya, como es natural, la hija que le entregó Ángela para cuidarla y educarla con Miguel, su esposo, era normal y lo sigue siendo todavía en muchos lugares. Felicia no podía tener hijos, y ella y su marido Miguel la adoptaron como propia. Eso ha sucedido siempre, en muchas familias sobra gente y en otras falta.

Todo eso lo sé por él, repito, pero a Daniel no le gustaba hablar de ello. No se avergonzaba de Ángela exactamente, la quería, pero no formaba parte de su mundo. Era una contradicción y una paradoja muy peculiar y también dolorosa.

-¿Has puesto el piso a su nombre? -recuerdo que le pregunté cuando la llevó allí.

-No, el piso es mío -me respondió -está a mi nombre, ella solamente vive en él, pero no le cobro nada, no paga ningún alquiler. Todas las facturas se cargan en mi cuenta, yo me ocupo de ellas. Incluso había pensado contratar a alguien para que la ayudara en las tareas domésticas, pero no ha querido, no quiere que otra persona la sirva como criada -eso fue lo que me contó un día.

Piensa, me dijo también después de su quiebra, que gracias a la ayuda de Cristina los bancos no han subastado el piso, gracias a Cristina he conseguido así no perderlo y evitar que la desahuciaran. Ya estaba embargado, pero lo salvé casi en el último minuto.

-¿Por qué no la llevaste en su momento al pueblo donde nació y vive su familia y su propia hija?

-Se lo propuse, pero no quiso, no se lleva del todo bien con su hermana y mucho menos con su cuñado Miguel y no sé por qué.

Desde entonces han pasado veinte años, son muchos y ahora debe de tener ochenta y cinco ya. En alguna ocasión he preguntado por ella, pero las respuestas de Daniel son evasivas, se siente incómodo con ellas y yo, por respeto, he dejado de preguntar.

Pero Ángeles hay muchas, ésa de la guía telefónica no sé si es ella, no recuerdo la calle de ese piso donde la alojó, ni si me lo dijo alguna vez. Ignoro si es el mismo al que ahora acude mi amigo cada jueves de una manera que a mí me parece furtiva. No lo recuerdo o no lo sé. Quizás no me lo dijo o yo nunca se lo pregunté.


Quizás sea ella, tal vez sea Ángeles, su ama y su madre verdadera en último caso. O no, y mi primera impresión sea la correcta y solamente busque sexo de pago en ese burdel que se llama El Paraíso.

dilluns, 25 de juliol del 2016

Ángela/9 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

9.       De cómo fue la infancia de Daniel.

A las cinco, una hora antes de lo habitual, me desperté. Empecé a dar vueltas y más vueltas en la cama, insomne y nervioso y sin saber por qué. Toda aquella hora que faltaba para que el despertador sonase me la pasé incómodo y despierto. Así que cinco minutos antes de las seis me levanté, desconecté el despertador y me fui directo a la ducha.

Allí me vino a la mente uno de aquellos nombres. Ángela Martínez López.

Daniel era hijo de una familia rica de antiguo, igual que su esposa, pero en su caso venida a menos, a mucho menos. Ambos estaban acostumbrados al dinero, a tenerlo sin darse demasiada cuenta que lo tenían, a que formara parte de su vida como lo hacían los trajes elegantes y las cosas bellas que acostumbran a ser siempre las más caras.

El padre de mi amigo falleció en un accidente de automóvil dos meses antes que él naciera.

Al dar a luz su madre lo entregó a una mujer que servía en la casa para que se hiciera cargo, para que se convirtiera en su ama, y ella, la madre, se dedicó a viajar.

Fue un parto fácil, y pasado el par de semanas necesarias de recuperación, se fue a París. Esa era su vida, la vida de la madre de Daniel consistía en eso, estar de viaje, regresaba de cuando en cuando y volvía a irse.

Daniel fue educado y criado por esa ama llamada Ángela y cuyos apellidos nunca supe, así como tampoco si todavía vivía o ya había fallecido. Lo que sí recuerdo fue el cariño y el amor que ambos se profesaban y que Daniel nunca escondió. Creo que Ángela no llegó a cambiar en Daniel la influencia de su estirpe, pero sí logró que tuviera una mirada un tanto diferente sobre lo que son las cosas y las personas. Ese segundo ángulo tan necesario para ver el mundo. También recuerdo la extraña y curiosa animadversión que por ella sintió Cristina, la que luego fue su esposa, nada más conocerla. Daniel me decía que la veía como a una intrusa, no soportaba que una simple sirvienta tuviera ese ascendente en él. Daniel era muy propenso a citarla, “Ángela dice”, “Ángela piensa”, “Ángela cree”, y Cristina no podía soportarlo. “Nunca dices eso de mí”, le replicaba. Y era cierto, Daniel nunca contaba lo que Cristina pensaba, decía o creía.

Según parece y según le parecía a su marido, mi amigo, creía que Cristina veía a una rival en esa mujer, una criada que siempre fue mayor, incluso cuando aún era joven. No una rival sentimental ni mucho menos sexual, pero sí una rival.

Ángela fue la típica doméstica, niñera y cocinera que siempre trabajó en la misma casa, sirviendo a los mismos señores y a los hijos de ellos, sustituyendo incluso a las que eran las verdaderas madres y alimentándolos con su propia leche.


dissabte, 23 de juliol del 2016

Ángela/8 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

8.       De cómo averigüé que quizás alguien seguía a Daniel.

Un jueves me tomé el día libre y esperé toda la tarde, apostado en una de las mesas del restaurante para verlo salir. Lo hizo a las ocho de la noche. Le seguí. Caminó dos calles, torció a la derecha, caminó tres calles más y se dirigió a una parada de taxis, tomó uno y se fue.

Hubiera podido subirse a uno de ellos antes, haberlo llamado en cualquiera de los cruces de calles que habíamos pasado. También había cerca una parada de metro de la línea que lo llevaba directamente hacia su casa. Esperé medía hora y le llamé por teléfono. Pregunté por un libro del que habíamos hablado en la cena. Le pedí si me lo podía prestar, me respondió que en aquel momento lo estaba leyendo su mujer, que en cuanto terminase me lo pasaría. En realidad lo llamé para averiguar si había ido directamente a casa o se encontraba en otro sitio.

Sí, allí estaba, en su casa. Pregunté por Cristina, le dije que la quería saludar, siempre lo hacía y aunque los dos sabíamos que nunca habíamos sido amigos ni nunca lo seríamos, manteníamos una relación educada y afable. Ella conocía de sobra que yo estaba y estaría siempre de parte de Daniel. Nos saludamos correctamente, aparentamos unas palabras amigables y colgamos.

Aquel complicado itinerario que siguió al salir del portal parecía dar a entender que se escondía de alguien o bien que tomaba precauciones como hacen los espías en las películas. O quizás me figuraba que era así.

El siguiente jueves también lo esperé. El recorrido fue un poco distinto, pero ocurrió algo. Vi un automóvil que me recordó a otro automóvil. Anoté la matrícula. El otro jueves lo vi de nuevo, era el mismo automóvil. Dentro había un hombre. Los otros jueves también. Alguien le seguía. Pero quizás todo eran imaginaciones mías. No sabía qué hacer con aquella suposición, ni como confirmarla o desmentirla. Un auto lo esperaba a la salida del portal, lo seguía hasta que llamaba un taxi, y luego se iba tras él. ¿Qué significaba?

¿Lo seguía de verdad o era una pura casualidad?, ¿era alguien que más o menos hacía el mismo recorrido? La verdad es que parecía que estaba estacionado y que esperaba hasta que él salía del portal. Lo seguía a unos metros de distancia por una calle o por otra, él cambiaba su recorrido cada jueves y el auto también. Que él cambiase daba a entender que sospechaba o temía realmente que lo pudieran seguir. ¿Qué iba a hacer en aquel piso?

Tomé el metro, y en el trayecto pensé que todavía no había hecho algo obvio: mirar el listín telefónico para saber las personas que vivían en aquel portal. Debía encontrar uno en el que estuvieran listadas las calles, y en cada número de casa todos los abonados. La compañía de teléfonos ya no los editaba, pero en mi casa conservaba uno de viejo, de quince años atrás, no sabía si me podría indicar algo.

Al llegar lo busqué y lo hallé en el armario donde estaban los demás. Lo abrí y miré el nombre de los abonados que allí aparecían y que debían vivir en esa casa de apartamentos. Ninguno me dio una sola pista de algo. Nada. Preparé mi cena, vi algo de televisión, me acosté y al empezar la tercera página del libro que estaba leyendo en mi cama me quedé completamente dormido.


divendres, 22 de juliol del 2016

Ángela/7 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca di Corcia

7.       De cómo Daniel justificaba ante mí a su esposa.

-Ella es una persona normal -me replicó, -no es ninguna heroína. Tampoco es una mujer enferma ni nada parecido, es una mujer, un ser humano como cualquier otro, nada más. Me quiere y me quiere con ella, a su lado, quiero decir, en el sentido protocolario del término. Creo que eso es razonable y debería ser suficiente para mí y también para todos, incluso para ti –me respondió con sorna -las personas no queremos en abstracto, no somos ángeles rubios y asexuados.

-¿Y tú?, ¿a ti te satisface esta situación?

-No creo que ésa sea la pregunta que deba hacerse.

-Respóndela de todos modos -insistí.

-No, claro que no me satisface, hay algo que no termina de estar en su lugar, naturalmente. ¿El qué?, yo mismo, sin duda, yo soy el que no está en su lugar, en el lugar que le corresponde. Ella es la de siempre, ella no ha cambiado. Vale, no lo digas tú, ya lo diré yo. No debía de haber aceptado su dinero a cambio de un matrimonio legal, pero falso. Ya lo sé, es cierto, pero… Lo acepté. Ya está hecho.

-¿Crees que tiene realmente un amante? -le pregunté.

-No lo sé, ni tampoco me importa demasiado -me respondió. Solamente pienso que la conozco algo, poco, pero algo, y sé cómo era entonces en la cama y como, supongo, continua siendo. Era…

-¿Cómo?

-No sabría decirlo, normal, supongo.

-¿Aparentaba?

-Creo que sí, ella siempre aparenta. Quería verme feliz y evitar lo peor, y lo peor para ella es el desprecio de los suyos, y hacía y hace lo necesario para que eso no suceda. Pero esto ya es pasado,  en cualquier caso sería lo más normal del mundo que tuviera un amante, a nadie debería extrañar, un amante con el que no aparentar porque nunca formará parte de tu círculo ni será un miembro de la familia.

-Alguien de fuera, ajeno a todo tu mundo, alguien extraño que realmente te permite ser libre.

-Eso es. Pero me sorprende, e incluso afecta un poco mi orgullo masculino también, que desde mi regreso a casa y mi renuncia al divorcio no me haya buscado ni se me haya ofrecido. Dormimos, como ya sabes, en habitaciones separadas.

-¿A qué lo atribuyes?, le pregunté.

-Creo que tiene miedo a mi rechazo. Porque la rechazaría, sin lugar a dudas. Piensa que ella y yo nos conocemos desde que éramos adolescentes -me respondió mirándome. Nos llevamos un año solamente y la primera vez que nos vimos fue en mi fiesta de cumpleaños, entonces ella tenía 13 y yo 14.

-¿La rechazarías?, ¿lo harías realmente?

-Es demasiado tiempo. No quiero perturbar un recuerdo que en buena parte quiero pensar que fue  hermoso, o no, tanto da.

-¿Lo es?, Daniel, ¿es demasiado tiempo?, ¿tanto da?

-Sí, lo es porque lo conoces demasiado del otro. Yo no quiero pensar que conozco todo lo que ella es, pero sea lo que sea eso que conozco de ella, creo que ahora es excesivo, ya digo, demasiado. Normalmente debería ser algo bueno, algo positivo en dos personas que se quieren, pero en mi caso es una barrera, una molestia. Los secretos, que todos tenemos, ya han sido desvelados y en buena parte se ha producido una decepción, un desencanto. Como dicen los americanos, the game is over.

-No se puede obligar a nadie a permanecer a tu lado en contra de su voluntad.

-¿Quién dice que no?, me respondió algo brusco, levantándose y buscando su abrigo que había colgado del respaldo de una silla.

Era tarde y Daniel quería irse ya. Yo lo había presionado demasiado con tantas preguntas y mi insistencia algo exagerada. Aunque al salir le pregunté de nuevo y a bocajarro qué clase de vida sexual tenía. ¿Recurres a alguna profesional?


-Todavía no, me respondió con una media sonrisa cansina y aspecto de estar harto, ¿me recomiendas alguna? -me preguntó irónico.

dijous, 21 de juliol del 2016

Ángela/6 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

6.       De cómo Daniel me contaba cosas de su esposa Cristina.

Daniel me contaba que al menos eso era lo que Cristina decía, que lo quería, aunque decir dice muchas cosas, continuaba, y algunas de ellas no cuadran con otras que dice o con otras que hace. Pero eso le ocurre a todo el mundo, ¿verdad? Todos decimos o pensamos que decimos lo que luego no hacemos, y yo no quiero discutir más, ya lo hice en su momento y no quiero seguir hablando para nada. Incluso pienso a veces que quizás ella tenga un amante. En cualquier caso ha pagado dinero por algo, es bueno que quiera cobrárselo. No me pide que me acueste con ella en la misma cama, no me exige eso. Puedo sentirme satisfecho, ¿no crees?

Pensé de nuevo que esa era también una frase enigmática, que quizás encerraba algo que Daniel conocía de Cristina y que no quería contar de forma explícita.

¿Qué era eso que no cuadraba en Cristina?

Daniel tenía razón en algo, pero era una razón demasiado obvia, casi banal. Decir y hacer otra cosa distinta nos sucede a todos, incluso, en la mayoría de ocasiones, ni siquiera somos conscientes de ello y nos pensamos que actuamos de forma coherente, que somos personas consecuentes, cuando, la verdad, pocos consiguen serlo.

-¿Qué quieres decir con eso de que hace algo distinto de lo que dice?

-Todo depende del dinero con el que pagas, si es tuyo o es el de otros, a todos nos ocurre igual, es una manera de hablar, ya lo sé. Cristina es una buena persona, pero no sabe ,porque no quiere saberlo, el origen de su dinero.

-¿Qué insinúas?, ¿es ilegal?

-No, no lo es, al menos no todo, solamente una cantidad pequeña, o grande, no sé, como en todas partes, eso sucede en todas las familias, pero ella no quiere saber nada. Su patrimonio lo administran sus hermanos, ellos se encargan de todo.

-¿Sus hermanos saben que ha pagado tus deudas?

-Ella dice que no, pero no lo puedo asegurar.

-¿De dónde dice que ha sacado el dinero entonces y sin que lo sepan sus hermanos?

-De sus ahorros, me ha dicho.

-¿Y tú te lo crees?

-No me queda más remedio. Piensa que no tiene demasiada importancia lo que hacemos mientras haya alguien que crea en nuestra palabra.

-Pero sus ahorros provienen del dinero y el patrimonio que administran sus hermanos.

-Sí, claro, así es. Y eso, como chica buena que siempre ha sido, es lo que no quiere saber.

-Ellos, en cambio, si que deben saber qué hace con sus ahorros, es lo lógico, ¿no?

-Supongo que sí, pero yo tampoco quiero saberlo, en cualquier caso ellos se comportan como siempre conmigo, nadie me ha reprochado nada. Ya te digo, ella me ha dado su palabra.

-La palabra dada es una especie de salvoconducto, ¿verdad?

-Sí, te redime de tus pecados si alguien la acepta, y yo, aunque  no puedo hacer otra cosa, he aceptado la suya y ella la mía. Ambos hemos cumplido.


-Si te quisiera hubiera pagado tus deudas y te habría dejado ir, las dos cosas, y ambas al mismo tiempo -añadí.

dimecres, 20 de juliol del 2016

Ángela/5 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

5.       De cómo Daniel me dijo que no tenía ninguna amante.

Al otro día, viernes, regresé al mismo restaurante, El Circo, pero no lo vi.

La semana siguiente hice lo mismo, decidí seguir instalado en mi “observatorio” y jugar a ser un espía durante la hora escasa que disponía para almorzar. Solamente lo vi aparecer el jueves, de nuevo un jueves. Llegó, llamó, le abrieron y entró. Eso hizo las cuatro siguientes semanas. Exactamente lo mismo, todos los jueves a las 14,30 horas exactas.

No sé a qué hora se iba, yo debía permanecer en mi oficina trabajando, no podía apostarme como si fuera un verdadero policía. Y en cualquier caso tampoco debía, no era de mi incumbencia. Pero la curiosidad me ganaba. Así que le llamé.

Como excusa usé una casi verdad: le dije que deseaba verlo y charlar, porque habían pasado ya cinco meses desde la última vez. Me respondió con alegría. Me contó que estaba ocupado en nuevas cosas, pero que podíamos quedar para cenar. Así lo hicimos. Concretamos la cita, el lugar y la hora. Los dos solos, Cristina no vino, se quedó en casa.

Fuimos a un buen restaurante y luego a un bar de copas para personas que solamente desean conversar en un buen ambiente.

Hablamos de todo y hablamos de él. Me confesó, una vez más, que sus problemas económicos por fin habían terminado, que su esposa había cumplido con el compromiso contraído. Que ahora estaba intentando encontrar un trabajo modesto, o iniciar algo humilde, sin ínfulas, pero en el que se pudiera sentir cómodo. No tenía prisa, su mujer cargaba con todo, ella podía hacerlo y no le exigía nada excepto comportarse en público como un matrimonio bien avenido. Naturalmente no había vida amorosa, ni ternura ni amor y, por supuesto, sexo tampoco. Solamente permanecía un ligero cariño, los restos mustios de aquella hermosa y antigua amistad que también los había unido en el pasado. Pero esa correa corta que lo ataba a ella malhería su ánimo, su dignidad y su orgullo.

Se lo pregunté directamente. ¿Tienes alguna amante?

-¡Por supuesto que no! -me respondió -ni me apetece ni tampoco debo tenerla si quiero que las cosas permanezcan igual.

-¿Igual? Ella ya ha pagado tus deudas, déjala, pide ahora el divorcio. Pórtate como un canalla, incumple tu promesa -le dije sin miramientos.

Ya lo he pensado, me confesó. Pero necesito todavía su dinero para resarcirme y no sé si podré devolvérselo, ella no me lo pide, no hemos firmado ningún papel, no me lo puede reclamar legalmente, pero lo intentaré, quiero devolvérselo. Ella me ha salvado a cambio de seguir manteniendo una pantomima que le interesa continuar. No quiero ni deseo criticar su ética de las cosas, no soy nadie para hacer eso, y mucho menos después de haberme salvado de la ruina. Ésa es tan buena razón como cualquier otra, ¿no crees? Además, me quiere.

-¿Y tu madre, no podría ella haber pagado tus deudas?

-¿Ella?, ¿mi madre?, no digas tonterías, ni lo haría ni yo se lo pediría jamás.

-¿Y tu herencia familiar?


-Sólo podré cobrarla cuando mi madre fallezca si es que no me deshereda antes, pero al paso que va su tren de vida creo que cuando eso suceda ya no quedará nada que heredar.

dilluns, 18 de juliol del 2016

Ángela/4 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

4.       Una escena triste.

Recordé entonces una triste escena vivida con otro amigo y su madre enferma. Aquella mujer iniciaba una demencia que yo creo, sin embargo, que adquirió al nacer y no más tarde, al envejecer y acercarse a la muerte.

Era una anciana que solamente sabía hablar de sí misma colocándose en un pedestal y buscando un público inexistente que aplaudiera. Decía sin ningún atisbo de vergüenza que era un modelo de bondad y de virtud.

En cambio, según su propio hijo afirmaba delante de cualquiera, no hacía más que tergiversar de la manera más descarada, verdulera y desvergonzada los hechos, las circunstancias de las personas y las personas mismas para que todo encajara en el modelo que ella se había construido de sí misma y de su vida.

Todo era falso, todo era mentira. Pero ella no lo sabía.

Fue ésa una escena lamentable y triste para mí y para ese hijo que cuidaba de su madre, para ese amigo mío que trataba de parapetarse y protegerse de ella en un cinismo de cartón.

Yo lo miraba apenado y veía su sonrisa mientras iba desmintiendo, una y otra vez, las palabras de su madre, desvelando a los presentes, incómodos y sorprendidos, el rostro de una bestia, estulta y maligna, ignorante de su maldad, estúpida y dañina, agazapada en algún rincón de su propio cerebro.

En ese lugar recóndito y lejano en el que todos nos hallamos.

Es en esa esquina opaca donde se desarrolla nuestra vida secreta, es decir, nuestra vida sin más.

Porque nuestra vida es siempre secreta, lo es indudablemente para los demás, esa es la realidad, lo malo es que lo sea también para nosotros mismos.

Iba dando vueltas a esos turbios pensamientos cuando recordé algo. Terminé mi café, pagué y me acerqué de nuevo hasta el portal donde había entrado hacía pocos minutos antes mi amigo Daniel. Miré los timbres del interfono. En uno de ellos, en el del entresuelo, había una flecha roja que señalaba un pequeño letrero, en él había escrito, El Paraíso. Era indudablemente un burdel.

¿Ahí había ido mi amigo?, ¿se encontraba ahora en manos de una preciosa mulata? No podía esperar su salida, debía volver a la oficina, tampoco hubiera sido correcto encontrármelo, descubrir su secreto, si así podía llamarse, ponerlo en evidencia. Tampoco estaba del todo seguro de que ése fuera el piso al que se había dirigido. Debía regresar al trabajo.


dissabte, 16 de juliol del 2016

Ángela/3 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

3.       De lo que la gente hace y de lo que la gente dice que hace.

He de confesar, sin embargo, que me intrigó y me desconcertó todavía más un día que ella y yo nos encontramos casualmente por la calle. Nos saludamos con alegría educada, la invité a tomar un café en un bar cercano y al despedirnos me dijo que no debía fijarme en lo que la gente dice, solamente en lo que hace. ¿Por qué lo dices?, le pregunté. No me respondió. Estaba próxima la Navidad, iba cargada con muchos paquetes envueltos en papel de regalo para sus muchos sobrinos de sus muchos hermanos y hermanas, primos y primas. Ellos dos no tenían hijos.

Es cierto, pero es difícil saber lo que la gente hace, incluso cuando puedes observarla en secreto sin ella saberlo. Sus actos nunca son del todo evidentes y nítidos, tampoco sus palabras. No lo son en ellos mismos, en su mera descripción y mucho menos en su significado.

Al pensar en esas cosas recordé un párrafo que escribió Marcel Proust y al llegar a casa lo busqué para releerlo. En “El mundo de los Guermantes” afirma eso mismo al decir que nadie nunca está inmóvil y claro “ante nosotros, con sus cualidades, sus defectos, sus proyectos y sus intenciones, sino que es una sombra en la que jamás podemos penetrar, sobre la cual nos hacemos un cierto número de opiniones basándonos sobre palabras o tal vez sobre acciones que, unas y otras, nos dan sólo nociones insuficientes y además contradictorias...”

Cristina no era exactamente una “intelectual”, ni tampoco una poeta, pero estaba orgullosa de sus convicciones. En su familia había llegado al gran status de “tía”, era casi un título de nobleza. La vi irse cargada con todos esos paquetes llenos de regalos para sobrinos primeros y primos segundos, hermanos y demás familia. Al verla llamar a un taxi, y llenar el portamaletas con todos los bultos que traía Santa Klaus, comprendí por un instante que no permitiera el divorcio de su marido y que incluso llegara a pagar por él.

En un primer momento pensé que Cristina me retaba y me proponía una especie de acertijo, que insinuaba un rompecabezas haciéndose más la víctima que la misteriosa. Seguramente Cristina se refería a sí misma, y a la mala opinión generada en los demás por pagar unas deudas a cambio de un marido.

Era indudable que ella debía tener otra imagen de sí, de sus propios actos y palabras, y sin duda ése era un sentir positivo y satisfactorio sobre su  persona, su voluntad y la manera de hacerla efectiva. Esa sinceridad de la que hablaba antes.


Pero una vez más me encontraba con esa diferencia entre lo que decimos, hacemos, y decimos que hacemos. 

divendres, 15 de juliol del 2016

Ángela/2 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca di Corcia

2.       De cómo mi amigo Daniel renunció a divorciarse de su esposa.

Hacía unos cuatro meses que no nos habíamos visto, pero seguíamos siendo buenos amigos, no necesitábamos vernos cada día ni cada semana. Nuestros encuentros oscilaban entre un olvido falso y una frecuencia alta.

Recuerdo que los dos últimos años no habían sido buenos para Daniel. Sus negocios estaban en bancarrota y su matrimonio naufragaba por todas partes. Su esposa Cristina y él estuvieron varios meses, casi un año entero, separados, aunque no llegaron al divorcio.

Él se fue a vivir a un apartamento pequeño y barato que apenas podía pagar. Incluso le llegué a prestar dinero para cubrir alguna de sus mensualidades. Le ofrecí mi casa, pero sólo consintió en venir el primer mes, hasta que encontró ese apartamento pequeño en una casa sin ascensor.

Durante todo este tiempo, ellos dos, mantuvieron un status quo extraño, esperando una especie de milagro que en cierta manera se produjo.

Daniel siempre fue un hombre independiente y orgulloso, por eso me sorprendió lo que sucedió después.

Al cabo del año se reconciliaron y rehicieron su vida. Al menos eso decían, pero yo sé que no era así, él mismo me lo había contado. Me dijo que ella lo tenía agarrado por el cuello, que dependía de su dinero. Por vergüenza no quiso contarme nada más ni yo tampoco le pregunté los detalles ni las intimidades, pero un tiempo después se sinceró conmigo. Al final ella había sido quien le había salvado de la bancarrota pagando sus deudas. Ése terminó siendo uno de esos secretos a voces, esa clase de cosas que todo el mundo sabe pero que nadie termina de contar abiertamente, tratando así, dicen, de salvaguardar la dignidad de los protagonistas de la historia.

Parecía que habían logrado restablecer la convivencia matrimonial, pero su vida íntima no existía. Eso me contó luego mi amigo, no tenían vida privada, únicamente pública. Su esposa parecía ser una de esas personas que valoran demasiado la opinión de los demás. Al menos eso decía Daniel y creo que tenía en buena parte razón. Ya hacía muchos años que yo también la conocía. Era una mujer algo anticuada en este tipo de cuestiones, de familia rica y de ideas conservadoras, pero que trataba de ser moderna y desprendida, laxa, relativista, en esa moda tonta que cree que cada cual tiene sus razones para actuar como lo hace, dando por supuesto que eso, sean cuales sean esas razones, ya es de por sí suficiente y respetable. En según qué momentos me entristecía ver el mal papel que protagonizaba, sin darse cuenta de que no llegaba más que a ser una mala caricatura de una persona que simulaba ser algo que, en realidad, no era en absoluto.

Un día, Cristina, pareció confesarse ante mí, esa fue la palabra que usó, confesión, como si yo fuera un sacerdote o un psicoanalista argentino. Sus lágrimas me parecieron sinceras, pero ser sincero no siempre es garantía de honestidad. Me contó que no hiciera caso de chismes, que la razón de su vuelta era que amaba a su marido. Así lo contaba, decía que era ella la que había vuelto, no él. Seguramente era así, no soy quién para dudar de ello, pero también había de ser cierto lo que Daniel decía. Según mi amigo, él no debía solicitar el divorcio si quería que ella saldase sus deudas. Esas fueron las condiciones que le impuso su esposa. Daniel aceptó y al hacerlo evitó que los bancos lo dejaran literalmente en la calle.

Continuará...

dijous, 14 de juliol del 2016

Ángela/1 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

1.      De cómo vi a mi amigo Daniel entrar en un portal con aire furtivo.

Mi jornada de trabajo era intensa, de ocho de la mañana hasta cerca de las diez de la noche, catorce horas casi seguidas sin apenas interrupciones. En algunas ocasiones podía irme antes, todo dependía de los asuntos que hubiera que resolver. Al medio día, alrededor de las dos, nos tomábamos un pequeño descanso para comer. Había quien se llevaba la comida preparada de casa; en una de las habitaciones teníamos una nevera, un microondas, una pequeña cocina eléctrica y un fregadero, todo lo necesario, incluida la mesa y las sillas, para poder guardar productos frescos o calentarnos algo rápido y comer decentemente. Otros iban al restaurante, teníamos algunos de ellos cerca. Buenos menús a precios módicos.

Yo alternaba las dos modalidades, había temporadas que me traía la comida de casa y otras que iba con algún compañero a uno de esos restaurantes. Era un barrio con bastante oferta de este tipo, comida para oficinistas, dependientas y gente así, variada, buena y barata.

Aquella semana le había tocado el turno al restaurante más alejado de mi oficina. Restaurante El Circo, ése era su nombre, ¿por qué?, porque su propietaria se llamaba así. Ana Circo López, así de fácil, no era ni malabarista, ni trapecista ni payasa, aunque, por lo que alguno contaba maliciosamente, es posible que fuera contorsionista. Las cosas, en muchas ocasiones, son sencillas y simples y no hay que buscarle al gato más pies de los que tiene aunque tenga más vidas que cualquiera.

Un jueves lo vi. Desde los amplios ventanales de El Circo, y mientras me entretenía tonteando con su propietaria, vi a mi amigo Daniel entrar en el portal que se hallaba enfrente, al otro lado de la calle. Quise llamarle y saludarle, pero cuando abrí la puerta del restaurante él ya había entrado. Crucé la calle, me acerqué a la puerta, que era de madera, y me quedé allí sin saber qué hacer, como un pasmarote, miré los timbres del portero automático y regresé al restaurante para terminar mi café.

Me lo bebí pensativo. Me pareció que mi amigo Daniel tenía un aspecto triste, la cabeza gacha, y al detenerse en la puerta del edificio miró a derecha y a izquierda como si quisiera asegurarse que nadie le seguía. Me fijé en que había llamado a uno de los timbres y que le habían abierto desde alguno de aquellos apartamentos. Él no había usado ninguna llave para entrar.  

Continuará...

dissabte, 9 de juliol del 2016

El pelleter pintor

Moebius

El pelleter pintor

Va deixar la pelleteria per dedicar-se a pintar. Abans combinava les dues tasques, però cadascuna li treia temps a l'altra. Va haver de decidir-se per una d'elles perquè eren massa importants com per a compartir-les entre si i per a si. Amb molt pesar va descartar la pelleteria i va escollir la pintura.

El nostre pelleter pintor no s'enganya quan considera encertadament que la història de la pintura acaba amb Velázquez i les seves Meninas quan converteix la finestra en un mirall o a l’inrevés. Amb ell l'espai pictòric s'obre, ens envolta i atrapa, ens fa estar presents, potser com fantasmes, però presents sens dubte. Per primera i última vegada, nosaltres, els éssers reals, i gràcies a la tècnica poètica i pictòrica, habitem la tela i ella ens habita a nosaltres, trepitgem el seu sòl. Això no havia passat mai i mai tornarà ocórrer. El que Velázquez va fer no pot tornar-se a fer fora de la còpia, però abans que ell ja es va entreveure el camí que els holandesos i algun que altre italià van recórrer.

El nostre pelleter pintor sap també que la pintura és un forat, un trencament, no sabem on, però l'esquinç és real. La pintura sempre ens parla del present.

El bombardeig d'imatges que avui dia rebem és aclaparador. Els seus significats són també altres i tan veloçment canviants com el lapse que separa la nit del dia. Ell no desitja estar a la moda, només vol pintar a la seva manera i gaudir amb això. Els temps han canviat i el nostre pelleter pintor no es fa il·lusions, però està disposat a ser pintor encara que hagi de renunciar i sacrificar moltes coses i també acceptar altres. Constatarà decebut que el seu millor model és ell mateix. Igual que molts, com Rembrand o Van Gogh, no tindrà una altra possibilitat si vol pintar que autoretratar-se. El seu rostre serà el seu camp de batalla d'on sortirà tantes vegades victoriós com derrotat.

El pelleter pintor es troba assegut a la seva cadira davant de la tela en blanc, tranquil, tan absolutament relaxat i abstret que la seva mirada s'ha desplaçat i fa estona que la manté clavada, immòbil, en un punt de la paret de la dreta, allà on la pintura blanca mostra una petita i gairebé imperceptible taca de color indefinit. Així porta bastants minuts, reposant la seva ment, despert i mirant amb atenció la petita imperfecció, la irregularitat, aquest senyal minúscul del temps transcorregut des que fa sis mesos va pintar el pis. Només cent vuitanta dies i la paret ja s’està envellint, pensa. Segueix tranquil, però també comença a sentir tristor; aquesta petita marca és un descobriment inesperat i, ben mirat, una solemne insignificança, posar-se trist per una petita taca que fins i tot pot netejar-se amb facilitat en aquesta pintura plàstica és absurd, ho reconeix, i per dins riu. Agafaré un drap net, el mullaré i netejaré la taca. Serà fàcil, es diu a si mateix, un tros de llençol vell i aigua neta, no necessitaré res més. Quan deixi de mirar la taca, m'aixecaré, aniré a la cuina, agafaré el drap i el mullaré amb aigua. La cuina està just darrere meu i a l'esquerra, si vull anar he de deixar de mirar la taca, però és tan petita que potser, quan torni per netejar-la no sàpiga trobar-la, on serà?, més amunt o més avall? , més cap a la finestra o més prop de terra? No està ja tan tranquil, comença a dubtar, la taca segueix allà i ell no pot deixar-la de mirar. Atrapat per una taca petita de color indefinit que potser només ell és capaç de veure?

Al cap de dos mesos van trobar al pelleter pintor mort, assegut a la mateixa cadira i amb els dos ulls oberts mirant no sé què a la seva dreta.

3 de juliol de 2006

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El peletero pintor

Dejó la peletería para dedicarse a pintar. Antes combinaba las dos tareas, pero cada una le quitaba tiempo a la otra. Tuvo que decidirse por una de ellas porqueeran demasiado importantes como para compartirlas entre sí y para sí. Con mucho pesar descartó la peletería y escogió la pintura.

Nuestro peletero pintor no se engaña cuando considera acertadamente que la historia de la pintura termina con Velázquez y sus Meninas cuando convierte la ventana en un espejo o viceversa. Con él el espacio pictórico se abre, nos envuelve y atrapa, nos hace estar presentes, tal vez como fantasmas, pero presentes sin duda. Por primera y última vez, nosotros, los seres reales, y gracias a la técnica poética y pictórica, habitamos la tela y ella nos habita a nosotros, pisamos su suelo. Esto no había ocurrido nunca y jamás volverá ocurrir. Lo que Velázquez hizo no puede volver hacerse fuera de la copia, pero antes que él ya se vislumbró el camino que los holandeses y algún que otro italiano recorrieron.

Nuestro peletero pintor sabe también que la pintura es un agujero, una rotura, no sabemos en dónde, pero el desgarro es real. La pintura siempre nos habla del presente.

El bombardeo de imágenes que hoy en día recibimos es abrumador. Sus significados son también otros y tan velozmente cambiantes como el lapso que separa la noche del día. Él no desea estar a la moda, sólo quiere pintar a su manera y disfrutar con ello. Los tiempos han cambiado y nuestro peletero pintor no se hace ilusiones, pero está dispuesto a ser pintor aunque tenga que renunciar y sacrificar muchas cosas y también aceptar otras. Constatará decepcionado que su mejor modelo es él mismo. Al igual que muchos, como Rembrand o Van Gogh, no tendrá otra posibilidad si quiere pintar que autorretratarse. Su rostro será su campo de batalla de donde saldrá tantas veces victorioso como derrotado.

El peletero pintor se encuentra sentado en su silla frente a la tela en blanco, tranquilo, tan absolutamente relajado y ensimismado que su mirada se ha desplazado y hace rato que la mantiene clavada, inmóvil, en un punto de la pared de la derecha, allí donde la pintura blanca muestra una pequeña y casi imperceptible mancha de color indefinido. Así lleva bastantes minutos, reposando su mente, despierto y mirando con atención la pequeña imperfección, la irregularidad, esta señal minúscula del tiempo transcurrido desde que hace seis meses pintó el piso. Sólo ciento ochenta días y la pared ya está envejeciendo, piensa. Sigue tranquilo, pero también comienza a entristecerse; esta pequeña señal es un descubrimiento inesperado y, bien mirado, una solemne insignificancia, ponerse triste por una pequeña mancha que incluso puede limpiarse con facilidad en esta pintura plástica es absurdo, lo reconoce, y por dentro se ríe. Cuando me levante, cogeré un trapo limpio, lo mojaré y limpiaré la mancha. Será fácil, se dice a sí mismo, un pedazo de sábana vieja y agua limpia, no necesitaré nada más. Cuando deje de mirar la mancha, me levantaré, iré a la cocina, cogeré el trapo y lo mojaré con agua. La cocina está justo detrás de mí y a la izquierda, si quiero ir he de dejar de mirar la mancha, pero es tan pequeña que tal vez, cuando regrese para limpiarla no sepa encontrarla, ¿dónde estará?, ¿más arriba o más abajo?, ¿más hacia la ventana o más cerca del suelo? No está ya tan tranquilo, empieza a dudar, la mancha sigue allí y él no puede dejarla de mirar. ¿Atrapado por una mancha pequeña de color indefinido que quizá sólo él es capaz de ver?

Al cabo de dos meses encontraron al peletero pintor muerto, sentado en la misma silla y con los dos ojos abiertos mirando no sé qué a su derecha.


3 de Julio de 2006